Hace poco una madre de familia me dijo que había visto algunos vídeos de intervenciones recientes del Papa Francisco y lo había encontrado algo más serio de lo habitual. No sé si es una impresión parcial del momento o si la observación tiene más relieve, pues acostumbro más a leer los textos que a ver los vídeos. En todo caso, es evidente que el Papa no es ajeno a las penas humanas y también es seguro que lleva medio año hablando en sus audiencias de los miércoles sobre la esperanza. Desde la pasada Navidad ha ido desentrañando esta necesidad humana que nos mueve a no obcecarnos ante el dolor, y se alimenta en la oración, sobre todo cuando calamos más a fondo en la paternidad de Dios… Quizás ha escogido como veta de su predicación esta virtud teologal precisamente porque “espera” animarse en el día a día y animar por igual a quienes procuramos considerar sus palabras.
“Esperar ―ha dicho el Papa― es una necesidad primaria del hombre: esperar en el futuro, creer en la vida, el llamado pensamiento positivo. Pero es importante que tal esperanza sea colocada en lo que verdaderamente puede ayudar a vivir y a dar sentido a nuestra existencia”. No es mala cosa querer ganar dinero noblemente, y ganarlo; “esperar” descansar bien en unas merecidas vacaciones, o disfrutar con alegrías tales como que un equipo de fútbol o un deportista nacional coronen su carrera deportiva con la enésima copa. Todo esto nos anima también a vivir. Y son algunos de los motivos para dar gracias a Dios por el momento en que estamos. Pero la esperanza cristiana aporta algo más y, como advierte el Papa, necesita sortear algunos equívocos, porque no es una lotería sin historia previa de oración, ni se consigue con golpes de suerte. Nuestra esperanza no deriva de la amistad “con poderosos”, de tener acumulados bienes como para echarse a dormir sin miedo a perderlos, ni de “falsas ideologías” que nos prometen una vida sin sobresaltos. A veces incluso ―señala el Papa― nos ilusionamos con “un dios que pueda doblegarse a nuestros pedidos y mágicamente intervenir para cambiar la realidad”. Sí, a veces abrigamos una falsa esperanza, llena de atajos, con tal que se evaporen los obstáculos más penosos.
Es natural que al Papa se le tuerza el gesto―como observaba esa mujer― contemplando a diario el cúmulo de la violencia en guerras de larga duración, la desprotección de los más débiles, el goteo de atentados terroristas en Europa contra ciudadanos de a pie y en los países árabes contra minorías cristianas o contra musulmanes de otra facción, y tantos otros desmanes. Pero en lugar de quedarse en una descripción de tragedias que acaba pintando un cuadro tétrico, el Papa pretende señalar los contrastes de Luz de ese cuadro. Vale la pena volver sobre estos mensajes; con o sin vídeo, como guste a cada uno. Reflexionando en estas palabras del Papa Francisco, he comprobado la similitud de su planteamiento con el de san Josemaría Escrivá, cuya fiesta, aniversario de su marcha al Cielo, celebra hoy la liturgia católica: “Hace ya bastantes años, con un convencimiento que se acrecentaba de día en día, escribí: Espéralo todo de Jesús, tú no tienes nada, no vales nada, no puedes nada. Él obrará, si en Él te abandonas. Ha pasado el tiempo, y aquella convicción mía se ha hecho aún más robusta, más honda. He visto, en muchas vidas, que la esperanza en Dios enciende maravillosas hogueras de amor, con un fuego que mantiene palpitante el corazón, sin desánimos, sin decaimientos, aunque a lo largo del camino se sufra, y a veces se sufra de veras”. Ojalá experimentaremos algo parecido a lo que cuenta san Josemaría, y miremos al mundo con esa alegría esperanzada
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