Dicen los taurinos que el mejor torero es el de la barrera. No sé si será así siempre, pero lo que sí sé es que la experiencia es única y te ofrece una perspectiva totalmente distinta de la que tienes cuando estás en el ruedo.
Hoy se cumple justo un año desde que decidí dar un paso al lado para que entrara savia nueva en la Alcaldía de Gádor, mi pueblo, el municipio del que fui alcalde durante 29 años. Ahora mi día a día se centra en trabajar por los intereses de todos los almerienses, desde las comisiones de Agricultura, Defensa y Fomento del Senado. Pero desde esta barrera no me he olvidado del ruedo municipal, tantas tardes, durante casi tres décadas, recibiendo al toro a porta gayola dejan huella. Más aún cuando todavía hoy mis vecinos y vecinas acuden casi a diario a mi casa, que sigue con las puertas abiertas, y me hacen partícipe de sus problemas, sus ilusiones y sus ideas para seguir haciendo "más Gádor".
Ahora veo cosas que antes no percibía. Ahora veo muchas de las cosas que ellos me cuentan desde otro ángulo, empatizo con sus preocupaciones y eso hace que florezcan nuevas e ilusionantes ideas.
No todos los recuerdos son dulces. También recuerdo los malos ratos pasados, como cuando sufrí a flor de piel la inquina de quienes no conseguían el apoyo de nuestros vecinos para gobernar y buscaron hacerlo por otros medios que incluían mi ruina económica, lo más doloroso fue ver señalados como objetivos de sus ataques a mi familia, mi mujer y mis hijos, que no tenían nada que ver con mi vida política. No sólo mi honor y mi bolsillo, también mi salud se vio afectada y qué casualidad, desde mi marcha hacen ahora una oposición de guante de seda.
Ahora, un año después de mi renuncia, también toca revisar mis actos... Muchos errores cometidos de los que he aprendido y que, gracias a Dios y a quienes me rodean, no he vuelto a cometer como el participar en una broma entre amigos que fue grabada en un contexto distendido e informal y que salió a la luz con una desgraciada polémica sobre la que ya pedí perdón humildemente, fue la peor tarde de mi vida, fue aquella charlotada en una capea entre amigos que se televisó como si fuera San Fermín, como me arrepiento de ese desarfotunado incidente, cómo lo siento.
Adolfo Suárez, un taurino de pro, decía que “no hay que derribar lo construido ni hay que levantar un edificio paralelo. Hay que aprovechar lo que tiene de sólido, pero hay que rectificar lo que el paso del tiempo y el relevo de generaciones haya dejado anticuado”. Uno de los políticos que más admiro y que supo conducir a España hacia la democracia, sabía que todo el conocimiento y la experiencia adquiridos no constituyen un patrimonio personal, sino social. Así que desde esta barrera de la política municipal, durante todo este año, veo ahora más claro que nunca que no podemos permitirnos el lujo de dejar de lado la sabiduría de todos los políticos que llevan toda la vida trabajando por el bien común. Sobre todo en estos momentos cruciales para España, cuando además tienen la obligación y el derecho de transmitir su conocimiento a los jóvenes que toman el relevo.
Esta experiencia es riqueza para todos, un valor que no podemos permitirnos el lujo de desaprovechar. Hoy, cuando hace un año que no soy alcalde de Gádor, tengo la misma ilusión que cuando tomé posesión del cargo. Y aunque ahora toreo en otras plazas, desde mi barrera sigo trabajando también por Gádor, por todos los almerienses y por España. Aunque sin olvidar que el mejor y único pago que reclamamos los viejos toreros es muy fácil de dar, sale de la generosidad del corazón y no es otro que respeto y cariño.
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