Si yo fuese un secesionista de provecho, es decir, si estuviera plenamente convencido de que mi vida profesional y fisiológica depende de la independencia de Cataluña, comenzaría a trabajar por un referéndum en toda España, y no dejarlo al albur de los españoles que viven en Cataluña, algunos de ellos remolones a la hora de manifestarse y, a la vez, pesimistas respecto a lo que sucederá con sus pensiones.
Gracias a los sondeos ya sabemos que los secesionistas son minoría en Cataluña. Pensar que tu páncreas, en cuanto Cataluña sea independiente, permanecerá inmune al cáncer, o que la altura de los niños más bajitos comenzará a dar un estirón casi milagroso son aspectos que a muchas personas reticentes les cuesta creer, aunque sorprenda a mucha gente. Como el asunto de la secesión urge, convendría dejar de intentar convencer a los españoles descreídos que viven en Cataluña e intensificar las insultantes manifestaciones de los conversos, como el granadino alcalde de Blanes, para que el cabreo y la antipatía logrados por tantos nacionalistas a lo largo de una encomiable labor, se extienda, se ahonde y sea ya difícil de extirpar. Alcanzado ese momento, urge ir por la vía legal y pedir un referéndum en toda España. Y, en la propaganda, insistir en la superioridad de los catalanes respecto a los mediocres españoles que viven fuera de Cataluña, groseros, sucios, bastos e incultos. Una vez llegados a ese punto, ganar el referéndum está chupado, que dicen los castizos. Es posible que en Tarragona gane el no a la independencia, pero en Granada arrasan los secesionistas. Podría ser que haya zonas de Lérida, dubitativas, pero en la franja aragonesa, donde los jerarcas autonómicos aragoneses obligan a sus paisanos a estudiar catalán, ganan los independentistas por goleada. Es más, la pregunta ideal "¿Queréis que, de una puñetera vez, os dejemos de dar la lata?" provocará un entusiasmo que los secesionistas no se pueden ni imaginar.
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