“Vosotros, los hombres, venís a casa. Nosotras somos la casa”, escribe el mozambiqueño Mia Couto en “El último vuelo del flamenco”, una hermosa novela que me regaló el recordado Miguel Naveros.
Almería es mujer; por tanto, la casa hospitalaria, de la que, durante las vacaciones, ¿por qué nos vamos a ir si tenemos el privilegio de vivir en el destino de quienes quieren ser felices?
Y este año lo soy especialmente porque estamos juntos mis dos hijos, mis dos nietos y su abuela, entregada.
Fausto, que tiene ocho años, me prometió esta primavera escribir una novela. Una tarde, cogió mi ordenador, lo vi escribir, me miró y me dijo: “Abuelo, estoy escribiendo una novela. Ahora, lo dejo, pero cuando vuelva a tener tu ordenador, la continúo”. ¿El argumento? Secreto suyo, por supuesto. Sólo conozco el título: “Debajo del agua”. A nuestros días le faltan horas: somos los mejores amigos, y el abuelo se pliega –literalmente, acabo doblado- a sus barbaridades físicas, pues es muy muy deportista. Pero también es un lector voraz y, así, además de sol y de baño, leemos juntos y comentamos los libros. Y hablamos de política: está muy al día. Y de baloncesto y de fútbol. Y de sus amores, aunque es caballeroso y muy discreto. Tenemos gula de letras. Y yo, además de mis clásicas novelas negras –Michael Connelly es el ultimo que me ha atrapado- aprovecho para releer los libros que, con anotaciones suyas, me enviaba Anna María, en italiano, cuando éramos novios: “Il Gattopardo”, “Por quién doblan las campanas”, “Fausto e Anna” (y muchos más de Cassola) y alguna novelilla, infaltable, de Marcial Lafuente Estefanía.
De Alejandro, en cambio, que apenas ha cumplido cuarenta días, me emocionó, especialmente, su llegada a Almería, a descubrir y sentir sus raíces. Cuando lo vi salir del aeropuerto –tras hacer todo el viaje mamando glotonamente, me dijo su madre- casi me dio la llorera. Ahora, lucho con Cristina para que me deje hacerle pisar –rozar, claro- su tierra ancestral y mojarle los pies en el Mediterráneo, el de Ulises, Helena, Homero... ¡Es que vivimos en ese mar, el de la Civilización, el de la Cultura, el Nostrum...! Cuando Vd., y yo y todo el mundo se da un capuzón, se sumerge en la cuna de la Historia, es bañado por aguas mitológicas.
Y me divierte mucho descubrir que, Alejandro digo, es inteligente –además de Felizote Risotón- y, a su vez, ha descubierto que llorando consigue todo lo que quiere. Tiene, pues, un lenguaje sonoro... que a su abuelo (al resto de la gente, supongo, nada) le encanta. Y le interesan tanto las historias que le cuento en voz baja –cuando Líjar le declaró la guerra a Francia, cómo se saca el mármol de las Canteras de Macael, por qué el campeonísimo Ángel Nieto no obtuvo el premio Príncipe de Asturias, y sí Sito Pons...- que se duerme con una media sonrisa compasiva. Vivir a orillas del Mediterráneo lo ha sosegado. Decir amansado, de un miurilla, sería una herejía intolerable.
Pero ¿estoy de vacaciones? Si acaso, se las he dado a la soledad, y es que lo de las vacaciones me confunde. Aparte de parar a España, no sé muy bien –y todos los años me lo pregunto- qué son de verdad: deberían ser una diversión pero temo que se han convertido en una obligación. ¡Es tan personal esto de las vacaciones...!
Cuando retornen a casa quienes nos han visitado, ¿cómo nos definirán, qué impresión se llevarán de Almería?
Supongo que habrán apreciado nuestra hospitalidad y bondad ¿o habremos cambiado? Porque los almerienses tenemos una bondad literalmente enciclopédica: en el Espasa se lee: “los habitantes de esta provincia son de costumbres morigeradas y respetuosos con la autoridad; carácter alegre y festivo, aunque acompañado de cierta gravedad y sencillez, franco, social y compasivo. Su ingenio es perspicaz y su imaginación viva”
También el torero don Luis Mazzantini era de la misma opinión: el 12 de agosto de 1893, tras torear desastrosamente en la recién estrenada Plaza de Toros de Almería, dijo: “Qué público más bueno, ha debido matarme.”
Y ya diez siglos antes, el Saqundi, dijo que los almerienses eran “generosos, de buen natural, muy hospitalarios y leales en extremo”.
Parece, pues, que la hospitalidad es -¿o era?- uno de los rasgos esenciales y eternos de la personalidad almeriense.
Si está Vd., de vacaciones en Almería, ¡sea feliz! Y conózcanos. Será que una de mis pasiones principales es conocer gente...
En Almería, le invito a comprobarlo,
Y es que en Almería estamos convencidos de que la vida no puede ser una guerra ni un valle de lágrimas ni un bosque de espinos. Almería es la única provincia que rima con alegría.
Susana, a la búlgara
Susana Díaz ha sido reelegida por el 91% en el Congreso del PSOE de Andalucía. Se puso farruca con Pedro Sánchez y le dijo que no la obligue a elegir entre las lealtades a él (y al PSOE) y a ella (Andalucía).
Rodeada de todos los históricos no ha enterrado el hacha de la guerra. A Sánchez y a su proyecto de la plurinacionalidad le crecen los enanos: Andalucía, Valencia… Parece la Torre de Babel.
Sigo sin entender cómo el PSOE reeligió a un perdedor nato, poco inteligente e inteligible, y testarudo.
Venezuela, dictadura
Venezuela ya es legalmente una dictadura. Las Democracias del mundo han manifestado que no reconocerán el pucherazo, denunciado por la propia Agencia encargada del recuento. España, cuya Embajada ha sido asaltada, negará el visado a cualquier madurista y recomienda no ir. Han empezado las sacas siniestras de madrugada: Leopoldo López y Antonio Ledezma. ¿Qué logró Zapatero, o Maduro le tomó el pelo a Bambi? ¿Cuando abandonará la ONU la doctrina Estrada, de no injerencia, y salvaguardará las democracias?
La muerte del mito
En la España que nada pintaba en el mundo, unos pioneros legendarios –Blume, Santana, Nieto, Ochoa, Ballesteros...- pintaron todo e hicieron de masas deportes minoritarios e individuales. Nieto ganó 7 campeonatos del mundo con motos españolas, Derbi y Bultaco, que había que arrancar a la carrera. ¿Lo mejor? Que ha sido un mito cercano, querido y nacional.
¿Lo absurdo? Que quien no conducía motos por “miedo y respeto” haya muerto del choque trasero de un Fiat 500 y un quad.
Los mitos no mueren. Crecen.
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