¿Feliz año nuevo?

En los países mediterráneos el año empieza el 1 de septiembre. Con el regreso a la normalidad volveremos a la grisura habitual, sin lugar para la ilusión: reaparecer&aa

Fausto Romero-Miura Giménez
01:00 • 03 sept. 2017

Al menos en los países mediterráneos el calendario está mal hecho: el año empieza el 1 de septiembre –o el 4 si, como éste, agosto ha tenido prórroga- porque en esos países no se inverna, se agostea: el país entero se echa a la playa, a la montaña, al extranjero o, como en Almería, también a la Feria, y se cierra el país por vacaciones.
En cualquier caso, mañana, la mayoría -unos con más, otros con menos ganas- volvemos al tajo. Y este regreso a la normalidad suele venir acompañado, después del verano desquiciado que -yo al menos- hemos padecido, por el cambio del color de los días: habitualmente la luz del cielo de Almería se hace menos inclemente, más cortés, misericordiosa, pero este año es que no ha habido luz siquiera: tres días continuos de lluvia no es un fenómeno frecuente, que he celebrado con migas. Una no luz más difusa, preludio del otoño, lo que solía pasar siempre después de la Feria en forma de ponientá que marcaba el inicio del final del verano: además de cambiar el color del tiempo, enfriaba el agua del mar y nos anunciaba un otoño anticipado. Puede, claro, que influyese el final de las vacaciones, la vuelta al trabajo, el otoño de la alegría.
En todo caso, dejándonos de lirismos, mañana empieza el año laboral y volvemos al vivir de cada día, con sus alegrías, sus sinsabores, sus asignaturas pendientes y, lo más grave, su monotonía, su vulgaridad. Me temo que, una vez más, se haga verdad lo que, en “El Gatopardo”, Tancredi le dice a su tío el Príncipe de Salina: “Si queremos que todo quede como está, es preciso que todo cambie.” 
Está por venir lo de la independencia de Cataluña, es cierto, pero estoy tranquilo, tal vez porque me haya perdido: no sé qué pasa de verdad ni quién es quién ni a qué juega cada cual. Y también me tiene tranquilo que el Gobierno está empleando con serenidad y firmeza, frente a los cafres desquiciados, las armas que la ley pone en su mano para impedir la segregación de una parte de España.
¿Qué pasará el 2 de octubre? Pues que, después de la algarada, antes o después, las aguas volverán a su cauce, y nos instalaremos en la grisura habitual, sin lugar para la ilusión y, siquiera, para el sobresalto: reaparecerán esos personajes que se definen como políticos y que nos aburren o destemplan y cuyos discursos, sin que los pronuncien, podríamos anticipar cada uno de nosotros: ¡son, todos, tan previsibles, tan repetidos, tan poco ilusionantes...!
Llevamos años asistiendo a un espectáculo apoteósico de inepcia, de estulticia, y no entiendo nada. Recuerdo un artículo de mi compañero y amigo José María Requena en el que decía: “Les planteo una duda sugestiva: ¿somos los españolitos lo bastante inteligentes como para entender la inteligencia de nuestros políticos?” Era, claro, una pregunta retórica: ahora, ya no hay placidez, sino un clima extremo; ni adversarios, sino enemigos; ni inteligencia, sino aritmética. La armonía, hoy, es algo que fue y se recuerda con nostalgia. Con melancolía incluso. La arrasaron unos políticos, ineptos y sectarios, refractarios al esfuerzo conjunto por el bien común. 
Me deprime pensar que también para los políticos empieza el curso: el estruendo y el caos, con su desprecio hacia la ciudadanía que, con sus votos, los llevó hasta donde están para crear, en vez de resolver, problemas. Y es que los ciudadanos no somos tales ni ejercitamos y/o reivindicamos nuestros derechos, sino una masa amorfa y moldeable, que les importa un pepino y sólo como máquinas de votar y, por supuesto, carente de opinión. ¡Con que razón dice Dazieri, en su novela “El Ängel”: “si eres un pájaro que vuela junto a los otros, nunca sabrás qué maravillosas formas dibujas en el cielo, tan sólo verás el culo del que tienes delante.” Somos bandadas manejadas a su antojo por las bandas. Que, más o menos, es lo que dijo Ortega: “ya no ya protagonistas, sólo hay coro.” 
...Pese a todo, todavía, en Almería, tiene que hacer calor, pero el color, al tiempo y al ánimo, ya no se lo cambia nadie. ¿O sí? Porque el cambio climático es una desgraciada verdad. Aquella película de Spencer Tracy, “El mundo está loco, loco, loco” fue, sólo, una verdad anticipada, divertida entonces, sobre algo que, ahora, no tiene ninguna gracia y nos está puñeteando: el mundo, y todo lo que él sucede está loco de atar. Y, eso, sin contar los mundos y los tiempos personales, pues hay personas que tienen un tiempo vital distinto: también loco. 
¿Feliz año nuevo?
¡Que llegue ya el otoño!


Alejandro y sus amigos


Zaida Pérez es una queridísima amiga a la que conocí como magnífica azafata de Air Nostrum. Era soltera. Ahora, tiene dos hijos maravillosos, Candela y Fede IV. Candela y Fausto, mi nieto, son novios ya desde antes de nacer. Y el jueves Alejandro, mi nieto de sólo dos meses, se sumó a la panda. Pasamos un rato muy divertido y, en el fondo, yo pensaba en cómo crece la vida y hace feliz a los padres, a los hijos...  y al abuelo. ¡Que un renacuajillo barbarote tenga ya amiguillos con los que sonríe y gesticula! 




Don Juan el Beatle


Ha muerto don Juan Carrión, el profesor cartagenero que enseñaba inglés, en los 60, con las letras –que copiaba de oído- de los Beatles, y que vino a Almena para cotejar con John Lennon esas letras docentes con las originales, y pedirle que las pusieran en las fundas de sus discos. Y muchas más cosas.
Ha sido un personaje de leyenda, cuya historia conocí gracias a la pasión de Adolfo Iglesias y a su libro “Juan &John...” y a la película de Trueba.
Almería y los fans de los Beatles lo recordaremos siempre.




Velefique-Calar Alto


El miércoles la Vuelta Ciclista a España vivió una etapa épica en Almería, con la subida a Velefique y Calar Alto, a más de 2.000 metros, 7 grados, lluvia, viento y niebla. Más parecía la etapa de los lagos de Covadonga o del  Angliru.
El ciclismo es una de mis pasiones desde que a los nueve años vi correr, en directo, a Bahamontes, y tengo a los ciclistas por titanes heroicos.
Las tácticas de equipo le han quitado épica al ciclismo pero, sobre todo la subida de Velefique, volvió a desatar mi pasión. 




 



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