La clave, una clave, está en Pedro Sánchez

Y eso es lo malo: el follón interno. En el PSOE, el término `plurinacionalidad` sigue causando efectos devastadores

Fernando Jáuregui
23:42 • 03 sept. 2017

Ignoro, claro está, de quién es la culpa de que Mariano Rajoy, Pedro Sánchez y Albert Rivera, e incluso Pablo Iglesias, no hayan comparecido todavía, cuando faltan veintiséis días para ese tópicamente llamado ‘choque de trenes’, y, desde la puerta de La Moncloa, o desde donde sea, lanzar una propuesta / advertencia conjunta a la Generalitat de Cataluña, que se prepara para su ‘semana grande’. No quisiera ponerme demasiado ampuloso, y menos apocalíptico, pero la verdad es que todos tenemos la sensación de que el desafío al Estado orquestado por alguien con tan poca sustancia como Puigdemont y su camarilla es de una gravedad tal que nada semejante se había producido desde 1934, con las consecuencias que todos conocemos. Y las llamadas, no sé si con propiedad o sin ella, fuerzas constitucionalistas andan como distraídas, de manera tal que esa ‘cumbre de La Moncloa’ sigue, y me parece casi intolerable, sin producirse.
Los socialistas, todavía no estoy seguro de si por boca de su secretario general, que ya va siendo hora de que reaparezca, tienen algunas comparecencias públicas -el propio Pedro Sánchez, uno de esos desayunos multitudinarios- y tendrán que explicar muchos puntos oscuros acerca de sus planes de futuro. Comenzando, claro, por un plan claro, unívoco, aprobado por todos los ‘barones’ territoriales, para Cataluña. Un plan que Sánchez debería llevar con urgencia a La Moncloa no para imponérselo a su inquilino -a ver si se da cuenta de una vez de que no ha llegado el momento de desalojarlo, de que Rajoy aún tiene la fuerza de los votos-, sino para confrontar ideas con él. Y con Rivera. Y con Pablo Iglesias, que menudo follón interno tiene en Podemos a cuenta del referéndum secesionista.
Y eso es lo verdaderamente malo: el follón interno. En el PSOE, el término ‘plurinacionalidad’ sigue causando efectos devastadores en el debate intestino, que hace ya tiempo que olvidó, porque en 2013 nadie podía pensar que las cosas iban a estar como ahora están, aquellas conclusiones de la conferencia de Granada. En Podemos, quién sabe qué acabará ocurriendo entre el líder de la tribu local catalana, Albano Dante Fachín, y el jefe supremo Pablo Iglesias, que intenta amarrar su barca al falso portaaviones de Ada Colau, sin que sepamos aún si quieren o no un referéndum y qué clase de referéndum. En el PP... Bueno ahí está la clave. Porque, además de asegurar que “nadie va a liquidar la democracia en España”, la voz sin duda incontestada de Mariano Rajoy tendrá que arbitrar entre quienes, como el responsable catalán Albiol, quieren aplicar soluciones duras (véase una interpretación rigurosa del muy interpretable artículo 155 de la Constitución) y los que aún creen en un resurgir de alguna clase de ‘operación diálogo’ que cuartee la ya débil unidad enjtre Puigdemont y su vicepresidente Oriol Junqueras. Que es mucho mejor político que el molt honorable.
Lo malo es que Rajoy no dice, proclamas patrióticas -que están muy bien- al margen, capaz de esperanzar a la ciudadanía, que ve que este miércoles habrá reuniones paralelas del Parlament, del Consejo de Ministros y del Tribunal Constitucional, lanzando el primero el referéndum ya de forma oficial e imparable, y tratando, los segundos, de frenarlo a base de medidas legales y de advertencias penales y civiles. ¿Y qué, si Puigdemont y sus ‘consellers’ y los más irreductibles de sus parlamentarios ya han dicho que se van a pasar por el arco del triunfo lo que diga el Constitucional? Pero ¿es que no comprendemos que la ilegalidad, la inseguridad jurídica, el pateo a cualquier parecido con un Estado de derecho, es la base de la actuación de este pálido émulo de Companys, cuyo único deseo en esta vida es aparecer en el balcón de la Generalitat proclamando, para que lo saque el New York Times en portada, la República de Catalunya?
No sé cómo van a frenar tanta insensatez desde La Moncloa, desde Ferraz, desde la sede del Constitucional o, incluso, desde La Zarzuela. O, si me apuran, desde la Cuesta de las Perdices, donde el hombre que más cosas sabe en España acumula, sin duda, información abundante sobre las muchas irregularidades, incluso económicas, claro, cometidas a lo largo de este loco ‘procés’ y desde bastante antes que él. Lo que yo no veo, y quisiera ver, es un plan combinado para defender al Estado del mayor ataque a la democracia española desde que esta se restauró en 1977, cuarenta años ya.
Ignoro qué ocurrirá esta semana, pero algo sé que va a ocurrir, mientras los ojos del mundo, conscientes por primera vez de que existe en España un territorio llamado Cataluña, nos contemplan atónitos. Y el caso es que, por un quítame allá esas pajas, Rajoy, Sánchez, Rivera y, por qué no, Iglesias, siguen sin dar esa muestra de firma unidad democrática que tanto les agradecería el país, me parece a mí que bastante ajeno a lo que les ocurra a ellos dentro de sus partidos, a si les irá mejor o peor en unas elecciones que, en todo caso, serán mucho después de que los trenes hayan chocado, y entonces qué.







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