No han pasado ni dos semanas desde las elecciones catalanas y ya tenemos un lío tan morrocotudo que en estos momentos no sabemos si el Gobierno autonómico estará presidido por un independentista -y cuál--, por un constitucionalista o si, simplemente, el president de la Generalitat en funciones, es decir, el mismísimo Rajoy, tendrá que convocar nuevas elecciones, que nadie es capaz de asegurar que no arrojarían los mismos resultados que las del 21-D. Mucho depende de lo que este jueves decida el Supremo en relación a la puesta en libertad de Junqueras. Pero no todo: la salida a la calle del ex vicepresident de la Generalitat no significa que este se imponga al fugado Puigdemont en su deseo de ocupar la Presidencia. Hay pelea a la vista, más o menos, soterrada, en el campo independentista. Lo cual no significa que las cosas vayan mucho mejor entre los constitucionalistas. Ni entre los que se quedan entre Pinto y Valdemoro, o sea, los Comunes.
Ya sé que esta afirmación no les va a gustar ni a Rajoy ni a los restantes líderes políticos, se sitúen donde se sitúen, pero qué le vamos a hacer: estamos en medio del caos. Y lo han creado, y lo están sosteniendo, entre todos. Hay una patente incapacidad de liderazgo, un hueco que no llenan entre los secesionistas ni Puigdemont, ni Junqueras, ni las marionetas que ellos pudiesen intentar colocar para manejarlos, desde Bruselas o desde Estremera. Pero también en el bando antiseparatista, si es que así puede llamase, se aprecian enormes diferencias de estrategia entre populares, socialistas y ciudadanos.
Rajoy no es líder indiscutible, Pedro Sánchez anda como medio desaparecido y solamente Rivera parece preocuparse por labrar un futuro de país aunque sea en beneficio principalmente de su propio partido. Podemos es un reino de pequeñas taifas, empeñado en despeñarse, y los pequeños partidos nacionalistas, empezando por el PNV, van solo a lo suyo. En Cataluña, resulta ya demasiado evidente, todos andan en busca de una parcela de poder, la que sea, incluso en la Mesa del Parlament, cuya sesión inaugural, para mayor surrealismo, no estará presidida por el president de la Generalitat, que es quien ha convocado la puesta en marcha del Legislativo, por la sencilla razón de que estará en esos momentos en La Moncloa.
España necesita urgentemente un líder, un estadista, aunque sea un Macron, o, como esto parece ahora imposible, una gran coalición con un horizonte temporal -es de justicia reconocer que Rajoy lo propuso en su día: cada minuto es más necesaria que arregle los más acuciantes temas de financiación territorial, de desajustes en la Constitución, el problema de la desigualdad económica y la precariedad laboral lacerante -cuánta falta hacen unos nuevos pactos de La Moncloa- y que asegure un Presupuesto hasta la convocatoria de unas elecciones generales en 2020.
Con un compromiso serio por parte de Rajoy de encabezar un proyecto seriamente reformista hasta entonces, incluyendo varios capítulos constitucionales, y abrir las puertas a una democratización y moralización en su propio partido. Claro, todo esto parece la lista de peticiones a unos Reyes Magos que jamás parecen leer estas cartas que les dirigimos. Pero que no piense Melchor Rajoy que este año puede seguir sin traer regalos de verdad regeneracionistas y que con solamente sus fuerzas podrá avanzar hasta la convocatoria de elecciones en 2020 para, encima, ganarlas. Ni el como ausente Gaspar Sánchez puede esperar que sus viajes a la militancia le conviertan a corto plazo en presidente del Gobierno, si no es en una alianza con la única fuerza ahora verdaderamente emergente, que es Ciudadanos.
Entre los tres tienen que arreglar el belén que hay montado en Cataluña y luego, todo lo demás. Pero solamente juntos pueden hacerlo, como es obvio. Es la única lección que se me ocurre que pueden extraer del increíble caso catalán.
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