La tecnología independentista

`Es imposible el aprovechamiento de la vanguardia tecnológica cuando se dificulta hasta la mera convivencia`

Antonio Felipe Rubio
23:46 • 01 feb. 2018

Enrique Dans, experto en “Cambios Tecnológicos”, acaba de iniciar un simposio en la UAL en el que ha destacado la inminente implementación en nuestra sociedad occidental de las revolucionarias tecnologías que nos harán convivir con robots, viajar en coches voladores, recibir paquetería mediante drones… 
De todo lo mencionado ya existen precedentes con la fabricación de vehículos sin conductor y la robótica, que accedería al ámbito doméstico. Y, aunque me declaro entusiasta de estos vaticinios del futurismo tecnológico, no puedo olvidar aquellas lejanas lecturas de los setenta cuando llegó a casa una prestigiosa enciclopedia que auguraba para el año 2000 importantes logros: bases estables en la Luna, coches voladores, viajes a Marte, victoria total contra el cáncer, bienestar universal, extinción de la pobreza planetaria… y llegó el año 2000. 
La Nochevieja del 99 todos estábamos acojonados por el “Efecto 2000”. La informática podría colapsar con el cambio de siglo y ejércitos, bomberos, policías, banqueros, energéticas, sanitarios, todos estaban atentos por si se perdían datos y desaparecía el saldo de nuestra cuenta; se paraban las centrales nucleares; se disparaba un misil o se detenía una respiración asistida.
Los avances tecnológicos son una evidencia constatable que no se corresponde con la racional aplicación de los mismos. Es un problema de prioridades. 
La tecnología que nos llega para facilitar nuestras vidas previamente ha realizado un recorrido de perfeccionamiento técnico en aplicaciones militares. Cuando los chinos inventaron la pólvora no la dedicaron a vistosos fuegos artificiales, sino a combatir con atronadora ventaja; después llegarían aplicaciones a la ingeniería civil, minería, etc. 
El refinamiento del armamento militar ayudó a agilizar las compras en el súper con el scanner láser o llegar a un destino con precisión gracias al GPS. Igualmente, la carrera espacial impuso una competición entre EEUU y la URSS para llegar antes y más lejos. Como consecuencia de la conquista espacial hoy podemos preparar la lasaña en cinco minutos con el microondas, aplicar cierres con velcro o colgar un cuadro con un taladro sin cable.
No se colige el avance tecnológico con la mezquindad de algunos gobernantes.  Analizando el recorrido del proceso independentista en Cataluña se puede concluir que es imposible e inalcanzable el buen aprovechamiento de la vanguardia tecnológica cuando se dificulta hasta la mera convivencia. Ha tenido que ser un Smartphone (teléfono inteligente) lo que ha puesto fin a la carrera de estos atrabiliarios insensatos que se han servido de indecente manipulación para salvaguardar sus intereses y ambiciones personales a un incalculable precio que aún tendremos que pagar.  
Tengo serias dudas sobre la primicia periodística de los mensajes de Puigdemont a Antoni Comín que oportunamente recogió con toda nitidez la cámara de AR en Telecinco. Pueden parecer unos insensatos, pero tontos no son. Ya es raro que aparezcan cuatro mensajes seguidos sin que se intercale un comentario del receptor, siquiera una interjección; la medida física de los comentarios encaja en la pantalla como si lo hubiese maquetado un profesional; la toma de la cámara tiene el tiro libre hacia la pantalla, como si el que sostiene el teléfono lo desviase de su natural línea visual ante sus ojos prefiriendo lo que nadie hace: mirar un mensaje en escorzo. 
Esta gente no es de fiar. Es posible que se acabe la cansina presencia del tal Puigdemont, un personaje que de donnadie ha pasado a la portada de “Time” figurando entre los fugitivos geopolíticos más buscados del planeta junto a Julian Assange, Ramush Haradinaj, Fethulá Gulen y Mijaíl Saakashvili.
El alcance mediático nacional e internacional inopinablemente obtenido por un mediocre político de provincias es una irresistible tentación para la inagotable lista de espera de iluminados y mesiánicos que aguarda turno. Y, además, son avezados en la manipulación de la última tecnología al servicio del embeleco. ¡Casi nadie al aparato!


 







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