Agricultores de Almería, Murcia y Alicante se han vuelto a manifestar en Madrid, rompeolas nacional del lamento, exigiendo soluciones inmediatas al déficit hídrico del sureste. Los regantes almerienses reclaman, de manera especial, que se vuelva a activar el trasvase del Negratín después de que las últimas lluvias hayan aumentado el caudal. Y la verdad es que esta gente no se manifiesta por gusto. La falta de agua ha dejado sin cultivar 6.000 hectáreas en estas tres provincias. Y como el agua no sólo sirve para beber, sino que sirve sobre todo para comer, ese dato no sólo debe preocupar a los productores hortofrutícolas, sino que nos debe encender los pilotos de alarma a todos. Como suele decir ese evangelista del secano que es el admirable Juan del Aguila, sin agua no hay vida. Y ahora que los periódicos se nos vuelven a llenar de imágenes de almerienses clamando por la falta de agua, no puedo evitar recordar los felices años del zapaterismo ilustrado, cuando los socialistas almerienses salieron a defender el cerrojazo mortal que su inolvidable Zapatero pegó al proyecto del Plan Hidrológico Nacional y sus esperados trasvases, por aquello de pagar el precio que los independentistas catalanes habían puesto a su apoyo parlamentario. Con las desaladoras, nos decían, se acabará de una vez por todas el problema del agua. ¿Se acuerdan? Todavía deben quedar por los campos de Níjar algunas vallas publicitarias torradas por el sol en donde se pueden adivinar esos lemas que anunciaban más agua, de más calidad y para siempre. Por eso quizás no valga la pena ahondar en el pozo de la melancolía y pensar cómo estaría Almería y si ese Plan, que contaba con financiación europea, hubiera seguido adelante. ¿Acaso no sería un síntoma de inteligencia colectiva que las lechugas de Pulpí crecieran regadas por el agua del Ebro? No sé. Por ahora, no plantamos por falta de agua.
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