El núcleo originario de Almería era todo un entramado de piedra y callejones imprevisibles. Un hervidero de vida y comercio entorno a la Mezquita Mayor (donde hoy se ubica la Iglesia de San Juan) y en lo que hoy son la Calle Real y Tiendas; allí, comerciantes y artesanos sacaban sus mercancías a las calles, aunque estas no existían como tal, más bien eran pasadizos entre terrados; sin duda toda una dificultad para quienes quisieran asediar la ciudad y llegar a la Alcazaba.
Al parecer, el alcalde de Almería quiere mantener este estilo, me refiero al de que la ciudad sea toda una encrucijada llena de dificultades, pero para las personas con discapacidad.
Para saber las necesidades reales, desde el Observatorio de la Discapacidad se creó una comisión con colectivos afectados que ha estado recabando información antes de realizar un Plan de Accesibilidad. No basta con saber que, por ejemplo, deben reservar un 10 % de plazas de empleo público para personas con discapacidad (como marca la nueva ley andaluza de atención a la discapacidad), o que las playas deben ser accesibles todo el año, ni que hay que articular cómo atender al colectivo desde la administración con personas que sepan lengua de signos o con mostradores de bajas alturas, ni que hay que rebajar bordillos, debemos ir más allá. Pero el alcalde hace perder el tiempo como a cualquier extraño le ocurriría si se adentrara en la Medina del siglo X. No es de recibo que, una vez recabada la información, la concejala de área lo pare unilateralmente, ¿será porque se requiere el visto bueno de todo el equipo de gobierno, pues el Plan debería ser trasversal con todas las áreas, y no tienen intención de ejecutarlo?
Decía la escritora sordociega Helen Keller que “Uno no puede consentir arrastrarse cuando siente el impulso de volar”, yo le pediría al alcalde que no les corte las alas a las personas con discapacidad, ni les devuelva a la Almería medieval.
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