Con pocos días de diferencia, el Instituto de Estudios Almerienses ha publicado dos libros sobre dos pintores almerienses, casi antagónicos en su estilo y militancia artística: José Gómez Abad y Antonio López Díaz.
Afortunadamente, ya no es menguada la bibliografía sobre los fundadores del Movimiento indaliano y sobre éste en su conjunto. Otra cosa, desgraciada, es su escasa proyección en el presente de la sociedad almeriense, tan dada al olvido y al desinterés por la propia historia. El Indalismo nació, explotó... ¿y murió?
“Gómez Abad, vivir la pintura” ha sido escrito por Gádor Sánchez Barazas y Ramón Crespo González, Comisarios de la Exposición que, con el mismo título, tuvo lugar recientemente en la Diputación.
El libro es, esencialmente, una documentada biografía del pintor, con numerosas ilustraciones y documentos inéditos. Y reproduce –anotadas a pie de página- varias de las declaraciones que me hizo en una extensa conversación que mantuvimos el 16 de marzo de 1974, publicada, en extracto, en el libro “Cuadernos de Arte, nº 2. Gómez Adad”, publicado en 1979 por Editorial Cajal. Me sorprende, sin embargo, que no se haya acudido a la transcripción íntegra de dicha entrevista, publicada el año pasado en mi libro “Los Indalianos” (2017), una auténtica y sincerísima confesión, con nombres y apellidos, de la guerra sórdida que le declararon los indalianos.
Conocí muy bien a don José, su amargura indaliana y el alto concepto –justificadísimo- que tenía de su Pintura.
Amargura porque fue él quien bautizó al Indalo y al Movimiento indaliano… para acabar pidiendo el divorcio y convirtiéndose en un lobo solitario.
La ruptura de Gómez Abad con el Movimiento indaliano no se debió sólo a las diferencias ideológicas a que se atribuye en el libro. En todo caso, y por dulcificarlo, a incompatibilidad de finalidades: D’Ors -el Gran Indalo- y él no hicieron buenas, ni malas, migas desde el primer momento. Estaban en las antípodas. D’Ors era oscuridda, y Gómez Abad luz, color, vida: “un hombre tímido, sencillo, callado y sufrido”.
Y Gómez Abad ganó la Guerra: mientras varios de los indalianos tuvieron que emigrar al extranjero, él decía con orgullo: “Yo tengo ya tres cosas de uvas en el Vaticano… Un Cardenal las tiene en su comedor y las alaba y las celebra mucho... Y cada vez que en Almería han tenido que comprar un cuadro para hacer un regalo a un personaje de Madrid, han venido a comprarme unas uvas... No son fanfarronerías, pero en Almería no hay quien venda, ni el “Maestro” -Perceval- un cuadro al precio que yo los míos de uvas”. )
Y así, a golpe de pincel, Gómez Abad consiguió lo que siempre anheló: pintar y ser feliz pintando e imponiendo su personalidad y su Arte, ajeno a las intrigas urdidas en torno a él.
“López Díaz, el indaliano del relieve” es una rigurosa y cuidadosamente editada monografía, que María Dolores Durán suma a su amplia bibliografía indaliana, de Antonio López Díaz, “pintor, escultor y embellecedor de iglesias”, como él se definía. Contiene numerosas ilustraciones, sobre todo de cuadros, de dibujos y -¡sorpresa!- de esculturas, incluyendo los bustos –recientes- de sus compañeros del Grupo.
Antonio pasaba por ser el más humilde de los indalianos, y el más fiel –en su día- a Perceval, hasta el extremo de que su domicilio estaba en la Jesús de Perceval.
Él, de niño, descubrió el Arte a través de la ventana -para él, mágica- del Taller del Maestro, abierta dicha calle. Aquel día decidió ser artista.
Y en Brasil -a donde tuvo que emigrar- hizo la fortuna necesaria para volver a Almería y dedicarse a su auténtica
Pasión, la Pintura, que me definió (Vid. “Los indalianos”) diciendo “cada autor se refleja, como persona, en su Pintura”. Por eso, siendo él “una persona simple, sencilla, sincera, humilde”, su Pintura tenía que ser, necesariamente, “lo que nace de la cepa: la pureza... dentro de una línea de humildad, sin fantasía ni grandeza, sino una cosa humilde... Lo que interesa es tener una personalidad, sea buena o mala, y yo, bueno o malo, sigo el camino que me tracé en mis comienzos...”
Antonio López Díaz fue voluntarioso. Y quiso ser él. Y pudo. Tanto que, tres días antes de morir, me invitó –con interés verdadero- a ir a su Estudio a ver las cosas nuevas que estaba haciendo. Y que fue su última obra.
Murió vivo.
¡Bienvenidas las dos monografías!
Nuestro Gabriel De todos nosotros: de todo Níjar, todo Almería, toda España… Nuestro –en mi caso- nieto, nuestro hijo, nuestro hermano, nuestro sobrino, nuestro primo... Un niño es lo mejor del mundo, lo único imprescindible del mundo: son sagrados, la ilusión, la alegría, la esperanza, el amor sin límites. Y nuestro pezqueñín Gabriel lleva unos días desaparecido de su patria, la infancia de hombre. Todos nosotros somos la esperanza, su familia, su alegría. Y, claro, también su familia es la mía y le digo que la quiero.
El editorial de la mujer La Voz cumplió el Día de la Mujer un hito en la historia del periodismo español: un Editorial –“La igualdad es el futuro”- escrito –digamos- por adhesión: más de mil personas, de toda condición, lo suscribieron antes de publicarse. No fue un “manifiesto de los abajo firmantes”, sino la opinión del periódico y de sus firmantes.
Ha sido, para mí, una dolorosa sorpresa, inentendible, que no lo haya suscrito ningún profesional de ninguna -¡ninguna!- religión. ¿Qué concepto tienen las religiones de la mujer?
Aquel paso de cebra La Plaza de Manuel Pérez, la del Kiosko Amalia, es de mucho tráfico, pues enlaza con la Puerta de Purchena, la calle Regocijos y la Plaza del Carmen y, ésta, a su vez, con las calles de Antonio Vico y Federico de Castro.
Han remodelado la Plaza y suprimido el paso de cebra que había junto a la parada de taxis, que unía la Plaza del Carmen –y las calles del norte- con la acera de la Puerta de Purchena: ahora, cada uno cruza por donde puede.
¿Reformar es dificultar?
Nada costaría normalizar, y repintarlo.
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