Nos ha jodido mayo..

José Luis Masegosa
07:00 • 27 may. 2018

Se nos va mayo por la puerta tormentosa de la climatología y dice adiós con cierta ironía al calendario juliano, se ratifica en las cabañuelas y se afianza en “El Zaragozano”, que viene a ser lo mismo en versión impresa de ocre/rojo añejo. Se nos va mayo hermoso, mariano y florido, sobre todo para las sufridos alérgicos, quienes reciben con alivio la paulatina despedida de la polinización, ese milagro de la sabia Naturaleza que llena de vida nuestro hábitat y que engendra el entorno de paletas multicolores. Por algo este revolucionario mes se apellida flores, flores de día y de noche.


¡Cómo huelen las flores nocturnas!. Esas  de tonos claros, blancos, pasteles, de fuertes fragancias para que sus polinizadores, como el murciélago, las mariposas o las polillas, las puedan oler en la oscuridad. Es inevitable hablar de mayo y olvidar su símbolo natural más característico, esa flor que nos nace y nos muere. Las flores que tanto dan de sí, desde la dulce miel a los mejores aliños culinarios de sus pétalos; las que cruzan las puertas prohibidas, las que exaltan los sueños de la vida, las que son desechables y las que se alimentan de sobras de amor, las que se arrojan al mar, las del cine , las que, aún secas, impiden el olvido y las que perpetúan la memoria de los cementerios, o las que deshojadas se fueron a ninguna parte tras  amores imposibles.


Es difícil concebir la vida, nuestra existencia, sin flores. Como extraño resulta imaginar una casa sin flores, pese a cuantos detractores tengan esos exclusivos seres que son portadores de felicidad y de buenaventura en los nacimientos, como de tristeza y dolor en los decesos; pero ahí permanecen fieles a la tradición más antigua, perennes en las múltiples actividades y quehaceres que ha desarrollado el ser humano desde que existe. Quién puede no recordar la eterna fragancia de la primera flor que despertó su olfato,  la que encendió las retinas de sus ojos o la que admiró al paso de su primer Paso. Las flores tienen una vida propia que nos prestan para que sintamos más la nuestra. 



Tal vez ahí radique el continuo acompañamiento floral que sigue la sombra de nuestras vidas: la de las romerías o los ofrecimientos con flores. A propósito, hace unos días recordaba Manuel Pardal, hijo del Herrero y nieto del Tío Batanero, uno de los vecinos de Argusino de Sayago, un pueblo zamorano que desde hace cincuenta años yace anegado bajo las aguas del Embalse de Almendra, la tercera presa más grande del país,  que dejó a decenas de familias sin casa, sin pueblo y sin raíces,  que no hay mes de mayo en que los desterrados que quedan vivos no acudan a la ermita de la Santa Cruz, que se erigió en recuerdo de la localidad, para participar en la romería y en la ofrenda con flores que todos los años realizan para mostrar que aunque su pueblo no existe sí pervive en los corazones de sus descendientes, los que no murieron de pena o se suicidaron, claro, que fueron muchos. Un ofrecimiento embellecido con flores, pero sin el sonido del tamboril que su padre dejó de tocar por tristeza cuando el agua cubrió su casa. 


Las flores viven con nosotros. Por no hablar de la actividad creadora, de la pintura, la música o la poesía, como la de Luis Cernuda: “Ver cómo crece alguna flor menuda/El crecer silencioso de las flores/Acaso fue la única dicha/Que he tenido en el mundo”. En mi opinión, todo un regalo para los sentidos, pese al tan castizo dicho “Nos ha jodido mayo con las flores”.





Temas relacionados

para ti

en destaque