La España real resiste la tempestad política

Rosa Villacastín
07:00 • 08 jun. 2018

Llevo meses observando y escuchando a amigos, compañeros de trabajo, incluso a personas a las que no conozco, pero con las que suelo cruzarme en el supermercado, en las cafeterías, en el cine o paseando al perro. Todas, sin excepción, están desencantadas de la política, mejor dicho de los políticos, por considerar que la mayoría de ellos no tienen un proyecto de país, ni visión de futuro como sí tuvieron Adolfo Suárez, Felipe González y Aznar en su primera legislatura.


La razón de esta falta de proyectos ilusionantes se debe a que los actuales líderes no tienen contacto con la gente que se levanta muy de mañana para ir a su trabajo, -el que lo tiene-, que hace malabarismos para pagar la hipoteca, la comunidad de propietarios, las medicinas, la gasolina, el seguro del coche y la comida. Esa que se esfuerza porque sus hijos se preparen para un futuro incierto, ya que la preparación académica no parece que les vaya a proporcionar un trabajo digno, si acaso, les señalará el camino hacia países como Alemania, Inglaterra o China, donde poder desarrollar sus proyectos y tener una vida digna.


El problema de los políticos actuales es que viven pendientes de sus asesores de imagen, de sus gurús, de las encuestas, que todos sabemos que funcionan al son de quien las encarga. De ahí que ni la ya exvicepresidenta del Gobierno Soraya Sáenz de Santamaría, se enterase de que se iba a celebrar un referéndum en Cataluña, siendo la enviada de Rajoy a poner orden en esa comunidad autónoma, por considerar que al tener los servicios secretos a su mando, era la idónea.



Tampoco Rajoy y Rivera han estado a la altura que se esperaba de un presidente del Gobierno y del aspirante a ocupar la Moncloa en tiempo récord, ante la embestida de Sánchez -al que hay que reconocer su valor y perseverancia-, al presentar una moción de censura que todos creyeron que fracasaría como la anterior, pero que sorprendentemente ha descabalgado al primero del poder y al segundo le ha dejado descompuesto y sin novia.


Este es el problema: falta de miras, falta de conocimiento de la calle, pese a lo cual el país funciona, con una fortaleza que sorprende a propios y extraños y que se debe a que pese a todo lo que se critique a los funcionarios, a los jueces, a los médicos, a los profesores, a los organismos oficiales y privados, el país funciona y funciona bien. Lo demuestra el hecho de que pese a las presiones a jueces y fiscales, los corruptos están en la cárcel y los que no están entrarán más pronto que tarde, pese a la lentitud de la Justicia por el exceso de trabajo y la falta de medios. También en los hospitales y centros de salud los enfermos son atendidos eficazmente por médicos, enfermeras, y personal sanitario que, pese a los recortes brutales sufridos en los últimos seis años, siguen ahí, al pie del cañón.



Y funcionan las familias, gracias a las cuales -abuelos, sobre todo-, muchas han sobrevivido a la crisis, una crisis tan brutal que se ha llevado por delante a la mayor parte de la clase media española y a otros miles de ciudadanos que aspiraban a escalar, peldaño a peldaño, el pódium de una vida mejor, la mayoría de los cuales se han quedado en el camino, bien en paro o con sueldos tan bajos que deberían avergonzar a quienes presumen de las bondades de la reforma laboral y de lo bien que va el país en economía. Claro, que se les olvida decir que ha crecido escandalosamente la desigualdad, y que hay personas tan desesperadas que se ofrecen a trabajar gratis con tal de que se les tenga en cuenta en un futuro no muy lejano.


El flamante nuevo Gobierno no debería olvidar que la economía crece de verdad --lo decía recientemente el profesor Antoni Costa- cuando consumen no solo los ricos sino la gente con salarios dignos.




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