La gran tragedia de la emigración y de los refugiados que está invadiendo los países ricos occidentales ha servido para poner al descubierto la hipocresía de la bondad de estos países. Ha convertido a los emigrantes y refugiados en un grave problema que ocasiona la llegada en masa de la gran pobreza que existe en los países del Tercer Mundo, pobreza de la que Occidente es responsable.
Junto a esta situación está la realidad cotidiana con los inmigrantes, con las pateras y las vallas y muros fronterizos, el mirar para otro lado, también con la mendicidad y supervivencia en las calles. Y por supuesto el grado de generosidad de quienes a titulo personal o colectivamente se conmueven y hacen de la misericordia un instrumento a la par de compromiso, de lucha y de denuncia en un mundo que está agrandando cada vez más la desigualdad yla xenofobia, como consecuencia del neoliberalismo económico entre otras cuestiones.
Y eso está ocurriendo precisamente en países, por ejemplo, del continente europeo, que alardean de constituir el eje de la civilización y cultura cristianas. Pero nada que ver con el Evangelio. El sentido de la fraternidad universal se ha ido diluyendo a lo largo de la historia. Nos encontramos con un progreso y una riqueza de los países desarrollados con el camino lleno de cadáveres.
La historia de África es un gran ejemplo. Un continente humillado y ofendido por las conquistas de países occidentales en busca de las materias primas. La obra de Frantz Fanon, “Los condenados de la Tierra” (1961) sigue en plena vigencia: “El bienestar y el progreso de Europa han sido construidos con el sudor y los cadáveres de los negros, los árabes, los indios y los amarillos. Y hemos decidido no olvidarlo”.
El “hombre blanco” es quien construye el capitalismo, destruye el planeta, provoca la degradación de la naturaleza, es responsable del cambio climático, conquista territorios y aplica el genocidio promoviendo guerras para conseguir los recursos naturales. Los grandes terratenientes son los dueños de la vida. El “hombre blanco” ha usurpado el poder para sus fines propios, ha secuestrado la religión que ha colocado a su servicio e intereses. Y la Iglesia se ha dejado llevar y es cómplice del poder. Es también el poder. Inquisición, cruzadas, guerras de todo tipo está en el balance de la historia religiosa de Occidente.
La revista Éxodo ha dedicado un número monográfico a esta problemática (nº 143, abril, 2018) con especial atención a la figura de Pedro María Casaldáliga, obispo en el Mato Grosso (Brasil), referencia de la Teología de la Liberación, una vida de compromiso evangélico siguiendo a Jesucristo, enfrentándose a un sistema de latifundios y terratenientes que se presentan como católicos, pero que no dudan en esquilmar la tierra de los indígenas y eliminar obstáculos con asesinatos, incluida las amenazas de muerte a Casaldáliga, que no se doblega.
En la entrevista en Exodo, Pedro Casaldáliga denuncia que “el capitalismo es intrínsecamente malo, porque es el egoísmo socialmente institucionalizado”. Y explica el sentir de las causas, no son sólo suyas: “La tierra, el agua, la ecología, las naciones indígenas, el pueblo negro, la solidaridad, la verdadera integración continental, la erradicación de toda marginación, de todo imperialismo, de todo colonialismo, el diálogo interreligioso e intercultural”, para construir un solo mundo, “la gran familia humana, hijos del Dios de la vida”.
Y esta visión hay que aplicarla aquí en España, en Andalucía, en nuestras calles y vida cotidiana, por donde deambulan los refugiados e inmigrantes en busca de la fraternal Justicia universal que se les está negando.
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