A media mañana del domingo pasado me llamó un conocido que oficia en política para mostrarme su disconformidad con una frase que había escrito en mi artículo de ese día: “pese a las invocaciones a la unidad y a la integración, en los Partidos rige lo de al enemigo, polvorones en el desierto.”
Lo escribí a propósito del Congreso del PP, y añadía que no me parecía democrático un sistema que permite que los compromisarios desautorizasen a los afiliados, que habían votado en las primarias; que el Congreso iba a dejar heridas incurables y que el PP salía fracturado de su Congreso, con el rajoyismo sepultado.
Lo de los polvorones no es una especulación: es una realidad que viví en primera persona ya en los tiempos de UCD, en 1981. Fui elegido presidente provincial en agosto de ese año en un Congreso aparentemente tranquilo. Sin embargo, apenas iniciado el curso político, un capitoste de la ejecutiva a la que habíamos sustituido, me llamó por teléfono y me dijo: “No te lo vayas a creer, que nos tienes enfrente. Y sabe que cuando tú vas, yo ya he vuelto”. Y, más o menos un mes más tarde, en octubre, volvió a llamarme: “Sé que mañana estás citado en la Moncloa con el Presidente. Te llamo para que me cuentes”. Le respondí: “Pues fíjate, como me dijiste que cuando yo iba tú ya habías vuelto, estaba pensando llamarte para que me lo contaras tú y, así, me ahorraba el viaje”. Se despidió acordándose de parte de mi familia. Y, como me había prometido, formó un grupúsculo –otro, no era el único- de intrigantes.
Y en Arlabán, la sede central de UCD, en Madrid, las puertas –algunas puertas- no tenían llave, sino un código secreto. Al entrar en la sede, nos poníamos un abrigo; antes de cruzar una de esas puertas, un casco. El abrigo, para evitar una pulmonía, dadas las corrientes; el casco, para tratar de impedir que nos alcanzase alguna bala de fuego amigo. Gritábamos, también, “cuerpo a tierra, que vienen los nuestros”.
Arlabán era, al final, un páramo de virtudes y una ciénaga de valores, donde todos se oían, pero nadie atendía ni entendía: era el reino de los políticos profesionales, ávidos sólo de poder, entendido como sustantivo –el poder- no como verbo: el poder para poder hacer cosas. Aquel campo minado de Arlabán estalló y UCD se fue al otro mundo: Adolfo Suárez y UCD acabaron como acabaron, porque fueron incapaces de controlar las “familias”: los Alzaga, Fernández Ordóñez, Garrigues...
Y, en otro orden de cosas, es conocida la anécdota del novel diputado británico que al llegar al Parlamento le preguntó a su Jefe de filas, señalando los bancos de enfrente: “¿Aquellos son nuestros enemigos?”, a lo que Churchill le respondió: “No, esos señores son la leal oposición; los enemigos, están en nuestros bancos”.
Algo parecido dijo, años después, Conrad Adenauer: “Hay tres tipos de personajes peligrosos en política: los contrincantes políticos, los enemigos políticos y finalmente los compañeros de Partido”.
Volvamos al sábado, tras el Congreso el PP. Pepe Oneto, el veterano periodista, publicó en twitter una perversidad que, decía, le había oído a Javier Arenas –defenestrado con Soraya Sáenz de Santamaría- en el AVE de vuelta a Sevilla: “Tendrán que contar con nosotros, somos un 42%; yo seré secretario del grupo en el Senado. Además, esto puede durar lo mismo que Hernández Mancha”. De momento, por primera vez en su vida, Javier Arenas se queda en senador raso. Queda a salvo, claro está, su proverbial capacidad de intriga.
Y la derrotada Soraya, declaró –lo vi- a un numeroso grupo de periodistas que exigía teneren el Comité ejecutivo una representación digna y proporcionada al 43% de votos obtenidos –una famiglia-, a lo que Pablo Casado contestó que “no se puede pasar de la lista más votada –ella, pensando que ganaría, sostenía que debía gobernar la lista más votada, que fue la de Casado, con el 57%- a la proporcionalidad en dos días apenas”.
Casado ha integrado en el Comité Ejecutivo a sus rivales de las primarias -¡¿cuándo se la liará el insidioso Margallo?!-, pero Soraya no ha aceptado ser miembro de ese Comité, así como los más notables de su lista, digamos los ex ministros Fátima Báñez e Iñigo de la Serna, del que, por cierto, hemos sabido que sus promesas sobre el AVE a Almería eran sólo eso, no documentos firmados.
Pablo Casado, tan voluntarista como ingenuo, apenas constituido el Comité ejecutivo, declaró que no admitirá corrientes internas. ¿El problema? Que evitarlas no depende de él, está en el ADN de los Partidos. ¿La solución? La que molestó a mi amigo el domingo pasado: “al enemigo, polvorones en el desierto.” Y quienes no han aceptado el resultado del Congreso han pasado de adversarios a enemigos.
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