Antonio Fernández Gil, recientemente fallecido, era miembro del Instituto de Estudios Almerienses. El Director de esta institución, Francisco Alonso Martínez, me ha encargado, como miembro del Consejo Editorial, que avive la memoria ya que le conocí desde su llegada a Almería en los años sesenta.
Fue más tarde, en la década de los setenta, cuando, él en prensa escrita y yo en radio, coincidimos en los medios de comunicación. Por aquel entonces eran dos mundos aparte. La prensa era la palabra escrita, la que permanecía, la que se podía consultar, recortar y guardar mientras que, de las palabras en la radio, no quedaba rastro alguno. Eran aire y volaban tras haber nacido.
Los buenos artículos publicados tenían que ser muy pensados, bien informados. Y si los firmaba un periodista reconocido, tanto nacional como localmente, eran un reclamo para el diario en cuestión.
Y allí estaba Kayros en “La Voz de Almería”, brillante en sus artículos que muchos leían y algunos criticaban. Pero para crítico, él. Incisivo en algunas cuestiones. O en muchas. Excelente analista de la realidad. Y muy culto.
Algunas de sus columnas son recordadas por muchos lectores: Nombres propios, Crónicas de la vida cotidiana y, hasta casi ahora mismo- qué más da año más o menos- Té con limón.
Antonio parecía serio. Y lo era. Pero luego, cercano en la conversación. Coincidíamos, alguna vez, en conferencias u otros actos y, en ocasiones, en el autobús, donde nos daba tiempo a hablar de las carreras de nuestros hijos y de las dificultades que se podían encontrar al finalizar sus estudios. Cosas de padres.
Me gustaba su pasión por el lenguaje. Y por la necesidad de su buen empleo no sólo en periodismo sino en todos los estamentos de la sociedad.
En los años ochenta colaboró en Radiocadena Española (que después sería RNE) con algunos artículos que leía en directo en las primeras horas de la tarde.
Participó también en el Boletín del I.E.A, organismo que le publicó dos de sus obras: el poemario Desiertos y limones y la Biografía de Perceval. Amante de la música, destacaba en uno de sus artículos que, por primera vez, el Instituto había nombrado un Director –el actual- que tenía la carrera de piano.
Fue un gran periodista (me cuesta emplear ese tiempo verbal) De los que piensan. De los que abarcan diversos campos de la cultura. De los comprometidos con sus ideas y con la vida cotidiana.
Al final, ya mayor, seguía escribiendo como antes hicieron otros que se fueron con el lápiz o el ordenador en la mano, dejándonos un ejemplo de lo que es un periodista de raza.
Algún día, Kayros, nos tomaremos un té con limón.
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