En la trayectoria periodística de Joaquín Abad (Almería, 1952) Andorra ha sido un tema recurrente. Explica él mismo por qué: “Gracias a un viaje realizado en 1985 conocí ese pequeño y bello país, donde el contrabando de tabaco, de alcohol y vete a saber qué más es tan evidente que te hace comprender cómo una sociedad ha basado su modo de vida en una actividad que raya la legalidad, pues sus bancos se ofrecen para el lavado de dinero sin preguntas incómodas”. Posteriormente, Andorra ha sido lugar de vacaciones de Abad, momentos que aprovechaba para adentrarse en la singularidad del Principado. Los acontecimientos conocidos en los últimos años han corroborado la afirmación del periodista sobre la tolerancia en el control de capitales.
A principios de 2015, Joaquín Abad publica su artículo “Andorra, nido de contrabandistas”. Ese artículo es el germen del que sería su polémico libro “El Andorrano” (Cibeles, 2018). Manifiesta que el origen de las fortunas del vecino país es “siniestro”. Y añade: “Con la Guerra Civil Española y con la Segunda Guerra Mundial les tocó (a Andorra, se entiende) la lotería. A los pastores les llegaban peticiones de familias que huían de la guerra en España y marchaban a Francia con todos sus alhajas, ahorros, cubiertos de plata, en la maleta. Por supuesto, los pastores se ofrecieron de guías para llevarlos al otro lado de la frontera, a salvo de sus perseguidores. Durante la Segunda Guerra Mundial cientos de judíos, también con sus riquezas en la maleta, oro, brillantes, etc., solicitaban los servicios de los guías andorranos para llegar a España donde se les prometía refugio frente al dominio nazi. Algunos de esos guías se hicieron ricos. Riquísimos. Las grandes fortunas actuales de Andorra son nietos de esos pastores, de esos guías, que en muchos casos se quedaron con las riquezas de los judíos que les contrataban”.
El artículo de Joaquín Abad no tuvo en aquel momento demasiada resonancia pese a las graves afirmaciones que hacía. Ha sido ahora, con la edición de “El andorrano”, cuando el asunto ha trascendido a los medios de comunicación y a ciertos sectores del empresariado andorranos. Lo que hace el periodista almeriense en su libro es, aparentemente, trasladar a un libro de 150 páginas el desarrollo del artículo. Todo el texto del volumen tiene apariencia de realidad.
El autor parte de la decisión de un pastor de Abla, Antonio Lao, Antón, de apuñalar al alcalde de su pueblo tras sorprenderle violando a su sobrina. Antón huye a Andorra, un lugar que por entonces era zona de tránsito y de estraperlo entre Francia y España y lugar elegido por judíos franceses que huían de los nazis. El Antón se convertiría en una de las grandes fortunas andorranas después de asesinar a los huidos y apoderarse de sus pertenencias. En esta tarea el almeriense no estaba solo, sino que formaba parte de un selecto grupo de ‘pastores-guía’, que con el tiempo se convirtieron en “los propietarios de bancos, concesionarios de vehículos, hoteles, centros comerciales y pistas de esquí”. Abad emplea nombres y apellidos de familias muy conocidas en Andorra, y ésta ha sido la razón por la que ha habido un intento de emprender acciones judiciales contra él.
Joaquín Abad se ha visto obligado a aclarar que “El andorrano” es un libro de ficción que parte de una realidad, precisamente la expuesta en sus artículo de 2015. Sobre la utilización de apellidos de arraigo andorrano, lo justifica con la necesidad de dar interés al texto, pero que nadie debe darse por aludido. Esta simple aclaración debe ser suficiente para que decaiga cualquier acción judicial. La misma prensa andorrana que informó sobre la iniciativa judicial empieza a considerar la misma desproporcionada y con pocos visos de prosperar tras las aclaraciones de Abad.
La novela ha tenido un considerable impacto en Andorra porque muchos andorranos consideran que refleja la realidad de las historias que les han contado desde pequeños. La profusión de apellidos de familias muy conocidas en el Principado ha alimentado si no el morbo, sí el interés. Cada lector ha dejado volar su imaginación hasta llegar al punto de confusión entre la realidad y la ficción. Pero, para no tener problemas, Joaquín Abad lo ha dejado claro: ninguno de los hechos que describe en su libro está documentado. Y a partir de aquí, que cada uno haga la interpretación lectora que le interese.
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