Al Gobierno primero de Adolfo Suárez le llamaron, sus críticos, 'Gobierno de penenes', refiriéndose a aquellos 'profesores no numerarios' que eran los pipiolos en la enseñanza universitaria. Luego resultó que aquellos 'penenes' no lo hicieron tan mal. A este Gobierno, que ahora cumple sus primeros ochenta y cinco días en el cargo, le llamamos algunos, cuando conocimos por fin todos los nombres que lo integraban, 'Gobierno de catedráticos', porque no cabía duda de que venía avalado por trayectorias brillantes en gentes experimentadas. Con excepciones, claro, que hoy ya nadie quiere recordar el récord de permanencia breve del que fue titular de Cultura durante siete días, Màxim Huerta, la única 'travesura' que se permitió Pedro Sánchez en la designación de su elenco ministerial. Ahora, pasado este políticamente lamentable mes de agosto, cabe ya preguntarse si este Ejecutivo, tan activo en su vuelta a España en ochenta y cinco días, está acertando, si solo acierta cuando rectifica o si se equivoca casi siempre.
La verdad es que me resulta difícil decantarme por una u otra hipótesis. El volumen de rectificaciones, marchas atrás y adelante, serpientes de verano, de otoño y de invierno al que estamos sometidos quienes miramos, pasmados, lo que pasa hace que resulte muy complicado aplaudir o abuchear así, sin más, a este Gobierno al que le quedan quince días para llegar a esos míticos cien días que, según los cánones de los comentaristas ortodoxos, constituyen el plazo a partir del cual se puede criticar o elogiar globalmente la acción del Ejecutivo. Y de la oposición, que esa es otra, enredada como ha estado en el mar de los sargazos de los lazos amarillos.
No han hecho falta cien días para constatar que, por ejemplo, la 'bomba Llarena' ha provocado un resquebrajamiento importante en el Gobierno, entre la ministra de Justicia y el propio presidente, que se vio forzado a hacerla rectificar acerca de la decisión inicial de no apoyar las 'iniciativas privadas' del por otro lado polémico magistrado del Supremo, instructor de lo que podríamos llamar el 'caso Cataluña'. Insistió la vicepresidenta Carmen Calvo en que este patente viraje -ahora sí se apoya a Llarena, a razón de medio millón de euros gastados en abogados belgas- no era una rectificación. Una muestra más de que la portavocía del Gobierno tiene que cambiar de métodos, dejar de tomarnos por tontos.
Pero, claro ¿cómo instaurar una portavocía rectilínea, comprensible, cuando el ritmo y la trayectoria que impone el presidente a su equipo son zigzagueantes, inseguros, de freno y marcha atrás y, de pronto, arrancada vertiginosa, 'so' y 'arre' casi simultáneos? Sánchez nos ha desconcertado este verano con el asunto del Valle de los Caídos, con los impuestos -inaceptable que sea Pablo Echenique, por cierto, quien se erija en vocero para-gubernamental en una cuestión de tanto calado como desde dónde hay que subirlos--, con los inmigrantes, con el sindicato de prostitutas, con su desplante al Senado, con que si vamos o no a ayudar a nuestros hermanos venezolanos, con que si el Gobierno tiene en mente o no regresar al 155 si Quim Torra no retorna -bueno, nunca estuvo en eso- a cauces razonables de diálogo...
En realidad, entramos en el período posvacacional nadando en la piscina de la incertidumbre. Las conferencias de prensa adornadas de mandatarios latinoamericanos que Sánchez nos ha regalado en esta semana latinoamericana no han servido, lo digo al menos a título personal, de luz y faro, y me parece que las conversaciones 'off the record' que el presidente ha mantenido con los periodistas que le acompañaban, tampoco, al menos hasta donde a uno le llega.
El caso es que el balance es, cuando menos, desconcertante. Y añada usted las comparecencias de ministros/as en el Congreso, o las mudanzas en una RTVE que dejan demasiados cadáveres para estar en un período de transitoriedad. O añada esas palabras del titular de Interior, persona que me suscita, por lo demás, mucha confianza, diciendo a Sus Señorías, en sede parlamentaria, que lo del cese del responsable de la Unidad Central Operativa ya lo explicará "cuando pueda".
Demasiado. Demasiada insoportable levedad del ser cuando nos llega ese formidable desafío del martes, para empezar los dos meses de carrera hacia la rebeldía, que será cuando Torra se plante a anunciar el 'programa de fiestas': Diada, manifestaciones de protesta en favor de los 'presos políticos', desafíos desde el Parlament cuando lo reabra... Sánchez no ha planteado su 'contraoferta', más allá de pedir a Torra que medite y se modere. Dos cosas que, al parecer, no son fáciles de conseguir en un tal personaje, incapacitado para el diálogo con el Estado. Lo malo es que el único interlocutor posible está encarcelado.
Buf, menudo veranito, en el que hasta la Iglesia católica, que es la institución más estable desde hace veintiún siglos, ha sufrido una tremenda tarascada, que tanto afecta al gran Papa Francisco. Claro, si con dos mil cien años de Historia y muchos aciertos -y muchas equivocaciones- a la espalda, se abre una crisis de tanta magnitud en organización tan poderosa, ¿cómo extrañarse del lío que tiene montado en ochenta y cinco días un Gobierno que llegó al poder como llegó -no por las urnas, pero, sí, legítimamente, limitado a ochenta y cuatro escaños, tantos como días lleva en la poltrona- y que anda con el timón como medio loco, en busca de un puerto que nadie está seguro de que sea seguro? Milord, ha llegado el otoño caliente. Pues que pase y a ver qué pasa.
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