Luis del Val
22:14 • 29 ago. 2011
La radio y el fútbol han sido siempre un matrimonio perfecto. La radio, con la voz de locutores que hicieron historia, proyectó lo que ocurría en los pequeños estadios a millones de personas, y el fútbol, gracias a la radio y a la prensa, amplió y magnificó sus actividades hasta convertirse en un espectáculo de masas. Mi infancia, no el recuerdo machadiano de un patio de Sevilla, sino el sonido de Matías Prats Cañete, poniendo emoción, interés e intriga, posiblemente a acciones escasamente gloriosas que ocurrían en el campo correspondiente. No sólo era un matrimonio por amor, sino que también era un matrimonio por interés: al fútbol le venía muy bien la radio, y a la radio le vino muy bien el fútbol. Todo parecía perfecto hasta que llegó la televisión, y comenzaron a abonarse los derechos de retransmisión de imagen. Los clubes que vivían de la taquilla, se vieron inundados por un chorro de dinero en el que nunca habían pensado, y comenzó una orgía en la que los fichajes alcanzaron cifras que rondaban la obscenidad. De ser unos pedigüeños de los ayuntamientos para que les ayudaran a construir nuevos campos que ampliaran localidades, los presidentes de los clubes pasaron a comportarse con la grosería y la prepotencia de los nuevos ricos. Hace poco miraron a quien siempre les ha acompañado, en la fortuna y en la adversidad, y, con las maneras tiránicas de los sátrapas, quieren poner un canon, como si lo que ocurriera en el estadio fuera una fiesta privada en casa del presidente.
Se equivocan. Se han equivocado llevando a la ruina a muchos de los clubes que presiden, y disparatan confundiendo la retransmisión televisiva con noticias breves de actos que son públicos. Pero su soberbia es tan inmensa como su ignorancia, y perseverarán en el error.
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