La primera crónica que publiqué en prensa la escribí en una máquina Olivetti que sonaba como la metralleta de un gángster en mitad de la noche. Y releyendo los folios que escribí sobre esa exposición de pintura a la que me enviaron, creo que lo justo habría sido usarla conmigo. Esta columna la estoy escribiendo ahora en un ordenador conectado inalámbricamente con el mundo entero y la puede leer usted, además de sobre el papel de siempre, en la pantalla de su ordenador o teléfono. Los tiempos cambian y se modifican también los modos y los medios con los que trabajamos y producimos. Si yo pretendiera seguir aporreando las teclas y mandando los folios a la redacción, sería a estas alturas el fósil de un columnista muerto por inanición. Y es que aunque el cambio es lo único que permanece inalterable desde tiempos de los filósofos griegos, las novedades tecnológicas están impulsando una serie de cambios que nos desconciertan por su velocidad y alcance. Lamentablemente, estamos condenados a adaptarnos o a perecer en la disconforme dignidad del respeto a lo que fuimos. Lo digo por la oleada de indignación que ha recorrido algunos comercios tras la apertura de un nuevo centro comercial en Almería. Los tiempos marcan cambios en la forma en que la gente compra, consume y se divierte. Y si queremos vivir de la compra, consumo y diversión de los demás, debemos adaptarnos al cambiante, caprichoso e inclemente criterio del público y a la modificación de hábitos propiciada por la tecnología. Y hay dos opciones: reinventarse y trabajar para adaptarse, como están haciendo algunos, o rasgarse las vestiduras porque se esté facilitando a los almerienses poder hacer en casa lo que tan gustosamente hacen fuera de Almería. Y los que quieran penalizarlo electoralmente, háganse esta pregunta: ¿conocen a algún candidato a la alcaldía capaz de renunciar a que Almería cuente con el centro comercial más moderno de España? Lo digo por saber a quién no votar.
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