Por todos es conocido la labor de mecenazgo que realizaron la nobleza y la monarquía hispánica durante el Imperio. El arte y la cultura, ya fuese pintura, escultura, arquitectura, ... era destinatario de tales acciones, y que a la postre, tan importante legado ha dejado a las generaciones que les hemos seguido. Gracias a Felipe II nos han llegado obras de Tiziano o El Greco, por Felipe IV de Velázquez o la arquitectura de Sabatini por Carlos III entre tantos. El vínculo entre las artes y los reyes era un arquetipo común entre las cortes europeas.
Diferentes intenciones llevaban al mecenas a involucrarse en tales acciones. Algunos estaban motivados por su pasión personal hacia alguna modalidad artística, otros por el afán de coleccionismo y su prestigio o espirituales alabanzas a la Iglesia. Fuera cual fuese el caso, la realidad es que siglos después, las sucesivas generaciones que hemos llegado hemos contado con un importante legado, una herencia colectiva que ha dado testimonio de nuestra historia, ha refinado la educación y nutrido nuestros museos. Y aunque ha habido momentos históricos donde el pillaje, las guerras y el expolio han causado pérdidas irreparables, la herencia artística, de alguna u otra manera, siempre supo permanecer en mayor parte en su territorio y cercana a los herederos de las generaciones que la vieron nacer.
Pero el mundo ha cambiado. Los reyes y la nobleza de entonces ya se fueron y nos encontramos ante el nuevo orden que los sustituyó. La libertad en mayúsculas; libertad de pensamiento, expresión, religión, sexual, de empresa... donde el control latifundista de la tierra no es el principal motor económico. Ahora son las empresas las que generan la riqueza, y aunque puedan compartir los intereses de antaño con el antiguo régimen en sus labores de mecenazgo, las compañías privadas tienen en su código genético un factor diferenciador: el rendimiento de su actividad a través de la inversión. Y para una empresa, sobre todo si ofrece bienes y servicios, el desarrollo global de un territorio es el engranaje central que contribuye a una larga y próspera generación de riqueza y bienestar.
En esto, el arte y la cultura tiene mucho que aportar, entre otros casos, porque el arte y la cultura pervive a través de los siglos y, en muchos casos, no se puede deslocalizar. mientras la industria es susceptible de trasladar sus fábricas a cualquier lugar del planeta, en el caso del patrimonio histórico, es casi imposible. Es de sentido común saber que quien quiera conocer la Alhambra debe y deberá ir a Granada, y quien quiera conocer los lugares donde Clint Eastwood se convirtió en leyenda, deberá venir a Almería. El desierto de Tabernas no puede desmontarse y trasladarse.
La creación artística permanece ligada al territorio, de forma física o conceptual, y nuestra tierra indaliana fue y sigue siendo generadora de arte al más alto nivel. Desde Aben Jatima a David Bisbal, pasando por Carmen de Burgos o Tomatito, la calidad y variedad de la producción cultural de esta tierra es alta, extensa y sigue sumando cada año. El último en demostrar esto ha sido José Herrera, Premio Goya 2019 al Mejor Corto de Animación.
Bogaris, consciente de esta circunstancia y de la importancia que tienen las artes para el progreso de un territorio, a través de su proyecto Centro Comercial Torrecárdenas, como primera acción, decidió patrocinar lo que a la postre se ha convertido en el último gran logro de todos: Cazatalentos, Premio Goya 2019. Esta “opera prima” de nuestro último ilustre almeriense difunde la marca Almería y demuestra que esta tierra, en materia cinematográfica, no es sólo un plató para producciones foráneas, es cuna de excelencia autóctona, entre otras muchas.
La cultura y la actividad artística establece una relación perenne con el entorno en el que se produce, ofrece una larga relación de desarrollo para la comarca, una larga relación de futuro. “A mi querida Almería”, dijo José Herrera al recoger su galardón en la gala de los premios de la Academia. Gracias amigo.
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