El alto precio de la seducción

La vida palpita a diario sobre nuestros talones en este lunes de resaca electoral. Un día dedicado al estudio y análisis de los resultados de los votos, auténticos protagonistas de su cita con los electores, que, como suele ocurrir en todas las consultas, no han dejado vacío el capítulo de anécdotas y curiosidades de la que desde hace muchos años se ha dado en llamar, no sin cierta cursilería, la fiesta de la democracia .Las valoraciones, reflexiones y conclusiones del marcador electoral encuentran cumplida y sesuda atención en otros espacios aledaños al que habita este faro de papel que cada lunes enciende su lámpara para iluminar y, modestamente, orientar a los navegantes  que surcan los inmensos mares del  ser humano. 

El valor de lo insólito está al alza, la batalla por una supuesta originalidad nos acecha en la esquina de nuestra propia casa y el frikismo se prodiga a nuestro alrededor. En los escenarios nuestros de cada día nos codeamos con ciudadanos obsesivos, con maniacos, con embusteros, con buenos y malos, y sobre todo con excéntricos y extravagantes, esos anónimos vecinos y conciudadanos que nunca se sienten suficientemente satisfechos a la hora de elegir la indumentaria más llamativa, el modelo más atrevido y la mascota más pintoresca. Seguro que si recapitulamos en nuestra corta o larga existencia  encontraremos algunos de esos personajes que alguna vez en su vida hicieron algo por llamar la atención,  adoptaron una singular actitud o se aventuraron en alguna arriesgada experiencia de la que no siempre salieron mal parados. En este último grupo habría que incluir a un atrevido seductor femenino que, me consta, ayer cumplió con el derecho ciudadano de elegir a quienes representarán a nuestra provincia en las instituciones parlamentarias. Un derecho que nuestro paisano  ejerció con reflexiva decisión, adoptada el pasado sábado, una jornada ociosa y primaveral que el joven protagonista de esta singular historia acordó disfrutar en una de las hermosas playas levantinas.  

El hombre en cuestión, naturista practicante y senderista habitual, tuvo la feliz ocurrencia de invitar a su joven vecina de urbanización con quien no le unía estrecha amistad, pero sí la suficiente confianza para tomarse la licencia de ofrecerle su amigable compañía, unas horas de sol, una suculenta paella y lo que cayera tras el postre. Entusiasmado, el galante vecino  recogió a la joven en su flamante automóvil con el que se encaminaron a la cercana playa elegida. Iniciado el corto trayecto, entre los usuarios del vehículo fue inevitable la conversación sobre las diferentes opciones políticas que ayer concurrieron a las elecciones. A poco que hablaron, un abismo ideológico les separaba. No obstante, la ideología quedó aparentemente al margen del encuentro, pues la profunda diferencia política no podía echarlo por tierra. Ubicados en la arena solitaria del paraje mediterráneo, el excursionista sugirió a su acompañante que se acomodara, en tanto él comenzó a desprenderse de  su ligero atuendo, hasta quedar con unas zapatillas deportivas como única indumentaria. Cuando él se dispuso a tumbarse sobre la orilla del mar, la  amable vecina despertó su contrariedad ideológica y reinició un tenso debate que concluyó en una monumental bronca, de tal guisa que, tal vez llevada por su recatado pasado de ex novicia, la escandalizada muchacha puso pies en polvorosa, al tiempo que recriminó al nudista vecino que no le hubiese informado previamente de su condición. El atribulado naturista corrió veloz a su vehículo para alcanzar a la joven que había puesto tierra  de por medio y casi había alcanzado la común urbanización. En el tropel, el conductor, desnudo, olvidó abrocharse el cinturón de seguridad y, casualidades de la vida, se tropezó con un  policía municipal, quien  se vio obligado a detener el coche e imponer al irresponsable conductor la correspondiente sanción y multa por la infracción cometida. La tentación seductora de tan reflexivo ciudadano tuvo un alto precio.