Se comprende bien el afán de algunos partidos de orientar esta campaña municipal por las lindes de lo vagamente metafísico, a ver si de ese modo el personal se distrae con abstracciones filosóficas y pasa por alto que algunos concurrentes al más alto cargo de la ciudad presentan evidentes dificultades de comprensión lectora. Y eso sin entrar ya en el análisis de sus capacidades expresivas. Quizás en otro momento merezca la pena detenerse en esa sorprendente exhibición de carencias. Pero volvamos a la estrategia de sembrar la campaña de brotes ideológicos, tratando de repetir así el éxito de las generales. Pero mal harían los partidos interpelados entrando al trapo (perdonen la figura los detractores del toreo, especialmente los expertos animalistas que no saben diferenciar un buey de un morlaco) de exigir saber con antelación la orientación de los eventuales pactos post electorales, demonizando puerilmente determinadas coaliciones y obviando otras que igualmente rivalizan en los extremos del atolondramiento. Me pregunto qué tipo de discurso o proyecto de ciudad tienen quienes priorizan la ideología sobre las ideas de gestión o las siglas sobre las medidas contempladas para resolver los problemas cotidianos de los almerienses. A lo mejor es que el tiempo ha ido desbloqueando los mecanismos del escepticismo que acompañan a las personas prudentes, pero tiendo a desconfiar de quien, ante un problema tan concreto como gestionar el futuro de la Almería del S. XXI, desempolva el fervorín ideológico o se pasea por el callejero de agravios pretéritos. El tráfico no se gestiona mejor haciendo sonar himnos o agitando banderas, del mismo modo que no se bajan impuestos revisitando los lugares comunes sobre la izquierda o la derecha. Creo que los almerienses somos ya lo suficientemente mayores y hemos visto muchas cosas como para dejarnos seducir, a estas alturas, por el previsible arrullo de la demagogia.
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