Memento mori

Moisés S. Palmero Aranda
11:00 • 22 jun. 2019

Roma está muy presente dos mil años después de su declive. Nadie puede negar que aún son muchas las reminiscencias romanas en nuestras vidas, en las tradiciones, en el derecho, en la economía, en la religión, en la lengua, en nuestros paisajes y ciudades, pero hay una costumbre que no debería haber desaparecido y que me ha venido a la memoria con la reciente constitución de los ayuntamientos y la investidura de sus alcaldes y concejales.


Cuentan los historiadores, que cuando los emperadores y generales desfilaban victoriosos y aclamados ante su pueblo, un esclavo, que sostenía una corona de laurel sobre sus cabezas, les susurraba al oído “memento mori”, “recuerda que morirás”. El objetivo era que no olvidase su naturaleza finita, y cayese en la soberbia pensando que su poder era ilimitado y divino.


No estaría de más, que a nuestros 8.116 alcaldes y 68.462 concejales, que conforman nuestro mapa municipal, se lo recordaran en estos días que están viviendo.



A los que fueron elegidos por su pueblo; a los que accedieron al cargo a pesar de ser los menos votados; a los que repiten legislatura; a los que estrenan cargo; a los vocacionales; a los que se han subido al carro de la política para chupar del bote; a los que creen en la justicia, en la igualdad de derechos y en la libertad de expresión; a los que llegan con ideas retrogradas, cargadas de odio y dispuestos a dividir; a los que cumplen las leyes; a los que saben tender puentes; a los tontos útiles; a los listos de más; a los que creen en la democracia; a los que confían en la dedocracia; a los que nada más llegar piensan que pueden aparcar su coche donde les plazca; a los que aprendieron el oficio de servir al ciudadano; a los que no cumplen con su palabra, ni con lo firmado unas horas antes; a los que ni siquiera han tenido que negociar sus cargos porque lo han hecho en los despachos de Madrid; a los valientes, utópicos y soñadores; a los que provocan poniendo y quitando cuadros y pancartas; a los que lo tienen todo estructurado y programado; a los que la fortuna les ha ofrecido esta oportunidad inesperada; a los que saben que su cargo es una gran responsabilidad y se deben a su pueblo; a los serviles; a los que repiten mantras y dogmas que ni siquiera comparten; a los que solo tenían un plan para llegar a la cumbre; a los que les gusta posar en los medios; a los que confían en sus técnicos; a los que no les gusta la sal y prefieren jugar al monopoly; a los que pretenden estar por encima del bien y del mal; a los que cambian de partido como de calcetines; a los que se acuerdan de los ciudadanos solo en campaña electoral; a los que les gusta sumar; a los cobardes; a los demagogos; a los que escuchan y debaten; a los que necesitan varias decenas de asesores para tomar una decisión; a los que piden los cien días de cortesía y a los que se pusieron a trabajar el pasado domingo; a los que pasan parte de su tiempo imputados, entrando y saliendo de los juzgados; a los que estrechan la mano de aquellos a los que negaron en las elecciones; a los que confían en la palabra y en la lealtad; a los desmemoriados; a los que le gustan los sobres y se dejan querer; a los que nada tienen que ocultar… A todos. Sin excepción.


Pero por si acaso, habría que explicarles lo que significa la frase, no vaya a ser que sabiéndose mortales, quieran aprovechar el momento y vivir los próximos cuatro años como si no hubiese un mañana, llenando sus bolsillos y los de sus amigos, por lo que pueda pasar en un futuro.



Cuentan también los historiadores que una de las muchas causas de la decadencia y caída de Roma fue la corrupción y el excesivo gasto público para pagar a sus cargos políticos.


Somos uno de los países con más alcaldes y concejales de Europa, quizás deberíamos aprender del pasado para no repetirlo, pero vistos los resultados de las últimas elecciones parece que de memoria no vamos sobrados.



Y ya puestos a recordarles, me gustaría añadir al susurro, algo más actual, aunque no sea en latín, ni venga del gran Imperio. Quizás no tenga tanto glamur, ni vaya a ser recordada por las generaciones futuras, pero por lo menos tiene más ritmo, sobre todo cuando suenan las resucitadas guitarras de 091: Lo tendréis, sí, todo a vuestro alcance, pero nada os pertenecerá, solo el orgullo de saber haceros bien el nudo en los zapatos de piel de caimán.


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