Por la misma razón que el pan integral debe ser pan integral, esto es, acreditar en su elaboración el uso exclusivo de trigo molido con su cáscara y sus cosas, así un candidato a ostentar un cargo público debería, para ser cabalmente lo que un servidor público debe ser, comprometerse ante notario a que lo primero que haga nada más salir elegido no sea subirse el sueldo.
Ante el alud de alcaldes, concejales, consejeros y diputados provinciales que han procedido a subirse el sueldo según han pillado la vara, el collarín o el nombramiento, se explica uno por qué en España hay tanta gente dispuesta a sacrificarse por la patria, bien que a cambio de un estipendio que en ningún caso baje del millón de pesetas al mes. Semejante obscenidad en algunos, en demasiados, se antoja particularmente nauseabunda al contraste con aquellos otros que no se han subido el sueldo modesto que reciben o que ni siquiera lo tienen, esos corregidores de tantos pueblos a los que solo anima su vocación y su voluntad de contribuir al bienestar de sus vecinos. Pese a que nada impide aceptar que un mayordomo gane más que su empleador, pues la mente humana, y más la mente humana española, puede asimilar sin despeinarse ese concepto y aun otros más extravagantes, no deja de sorprender la circunstancia de que el mayordomo de una localidad, o sea, el alcalde, se levante un sueldo hasta diez veces mayor al del común de sus convecinos, sus señores. En tanto un trabajador medio de Sevilla, de Huelva o de Málaga se las ve y se las desea para encontrar un empleo agotador que le proporcione el salario mínimo raspado, que apenas supera los 10.000 euros al año, a sus alcaldes les ha parecido poco los 60 o 70.000 que venían percibiendo, y antes de ponerse al corriente sobre los problemas y las carencias de sus ciudades, antes de ponerse a currar, lo que han puesto al corriente son sus sueldos, incrementándolos un 20, un 30 y hasta un 40%. El sueño de todo empleado, necesidad más que sueño, es que le suban el sueldo, el mísero sueldo que en España recibe el trabajo duro y honrado. Los alcaldes y concejales peseteros, por el contrario, no necesitan soñar, pues se lo suben, se lo suben brutalmente, y aquí paz y después gloria. Y eso es lo que más choca, que haya paz, silencio, resignación, sometimiento, ante ese meneo a las arcas públicas sin otra justificación que la codicia de unos personajes que ni de lejos justifican, en tantos casos, estar a la altura de su empleo de mayordomos.
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