Un millón de personas han firmado un escrito solicitando al Congreso que despenalice la eutanasia. Y este es un debate que sus señorías tienen que afrontar en cuanto tengan a bien comenzar a trabajar, lo que no sucederá hasta que se celebre la sesión de investidura y de ella salga un presidente.
Será un debate difícil, un debate que divide a la sociedad. Pero es un debate ineludible porque son sus señorías los que tienen la obligación de dar respuesta a esta demanda de una parte de la sociedad. Sea cual sea esta respuesta tienen la obligación de darla.
El asunto es tan complicado, tan repleto de matices que creo que para la mayoría de las personas no es fácil decir tajantemente que se está a favor o en contra de la eutanasia.
No me cabe la menor duda de que hoy en nuestro país en la mayoría de los hospitales no se practica el encarnizamiento terapéutico, y que cuando alguien tiene una enfermedad terminal, se procura que sus últimos días sean lo más apacibles posible. Por eso son necesarias más unidades de cuidados paliativos. Unidades dedicadas a que los enfermos sin solución puedan morir sin dolor y con dignidad.
En esto creo que es fácil estar de acuerdo. La cuestión no es la de un enfermo terminal sino la de un enfermo con una grave enfermedad que se ha ido deteriorando físicamente hasta el límite de no poder mover ni un músculo y no poder hablar pero que conserva intactas sus facultades mentales y quiere decidir si vivir o acabar con su vida.
La enfermedad del ELA es terrible, devastadora, y quienes la padecen hay un momento en que quieren acabar con ese inimaginable sufrimiento que es estar dentro de un cuerpo que no responde. Ahí está el corazón del debate. Y eso es lo que hay que debatir y a lo que sus señorías tienen que dar respuesta.
Me parece a mi que para poder abordar ese debate todos deberíamos de intentar ponernos en la piel de quienes están aquejados de una enfermedad que les impide hablar, moverse, que dependen de máquinas para respirar.
Hay personas en esa situación que prefieren vivir pero otras que no lo soportan más y el sufrimiento que padecen es insoportable y reclaman su derecho a morir y dado su estado a que les ayuden a morir.
Ponganse por un momento en su piel antes de decir "sí" o "no" a la eutanasia.
En cualquier caso el debate debería centrarse en cómo, cuando y en qué circunstancias y con qué garantías se puede ayudar a morir.
Sus señorías tienen la palabra.
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