Cuando en el S. XV los turcos cercaron Constantinopla, capital del Imperio Bizantino, el principal afán de la administración pública de esa ciudad estaba centrado en un apasionante debate sobre el género de los ángeles. Es decir, que con los jenízaros afilando sus alfanjes ante las puertas de las murallas, el emperador Constantino y los intelectuales de su corte estaban enfrascados en debatir si los ángeles tenían picha. Ese hecho real (meses después las cabezas de esos mismos cortesanos adornarían las almenas la ciudad conquistada) ha pasado a la Historia como el mejor ejemplo del peligro de perder el tiempo en cuestiones innecesarias ignorando la realidad circundante. En la actualidad, en otra de las grandes capitales del Mediterráneo, Barcelona, hace ya meses que los empresarios turísticos, los colectivos de vecinos y las asociaciones de comerciantes vienen avisando al Ayuntamiento de un alarmante repunte de la inseguridad ciudadana: robos, asaltos, peleas, etc. ¿Y qué dice al respecto la alcaldesa Ada Colau? Pues que el Ayuntamiento está para otras cosas. Como por ejemplo, la edición de 62.000 ejemplares de una Guía para la Comunicación Inclusiva que, tal como dice el propio consistorio, busca “una comunicación libre de estereotipos, prejuicios y discriminación y que sea respetuosa con todas las personas.” De proteger la industria turística y de tomar medidas para evitar la violencia de bandas en su mayor parte formadas por árabes, africanos y latinoamericanos no se dice nada. Bueno, sí: que si lo mencionamos, lo hagamos sin expresiones “llenas de prejuicios étnicos, racistas o coloniales”. Hay que evitar ofender con el lenguaje, aunque antes te hayan ofendido (si es que eres un radical sin empatía) reventándote la tienda o dándote un tirón. Y quizás algún día, si se recupera la cordura, pueda establecerse el coste de esta epidemia de buenismo sintáctico, aunque por desgracia a alguno le pillará ya con la cabeza en lo alto de una almena.
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