El Gobierno de salvación nacional, nada menos

Fernando Jáuregui
11:00 • 27 jul. 2019


Fracasó el parto de los montes, o de los Monteros, y el país se quedó en parte aliviado -ese Gobierno hubiese sido claramente imposible--, en parte desconcertado. Los titulares y los editoriales del día siguiente a la no-investidura reflejaban un estado de ánimo que oscilaba entre el bochorno por lo pasado y la perplejidad ante el futuro imprevisible. Pero ahora es preciso construir ese porvenir. ¿Cómo?


Tras haber asegurado hace no muchos días que la cosa era ‘investidura en julio o repetición de elecciones’, Sánchez se fue a la tele la misma tarde de su derrota en el Parlamento para prometer que no tirará la toalla. Volverá a intentarlo en septiembre, hablará de nuevo con todos. Elogio merece, creo, que cumpla con su obligación hasta el último momento: repetir elecciones es la postrera constatación de un fracaso, el suyo y el de todos. Pero reproche merece al tiempo la absoluta falta de autocrítica ante los bochornosos episodios de una negociación 'radiada' que pienso que él, en el fondo, no quería que culminase con éxito: no me hablen de volver a intentarlo con el Podemos de Iglesias porque me entra la risa.


Creo que más bien hay que sacar una conclusión que todos vemos, menos 'ellos': si no han podido llegar a acuerdos, entre otras cosas por odios, recelos y ambiciones personales, hay que cambiar a los interlocutores. Más de una vez, hace ya tiempo, he repetido que, si se quiere salvar el origen y el cometido de Podemos, Pablo Iglesias no puede continuar a su frente. Ha salido destrozado del debate de investidura, y no pocos de los suyos dicen abiertamente que es mucho más problema que solución. Se empeñó en un proyecto personal de escalada y hasta Pedro Sánchez, sabiendo que se la jugaba, tuvo que frenarle.



No sé si algo precipitadamente, Sánchez vuelve sus ojos hacia lo único que le queda: Ciudadanos y el Partido Popular. Albert Rivera persiste en la ceguera de no querer ver que la ciudadanía pide una coalición de centro-izquierda, mucho más que de izquierda-extrema izquierda. Y él, Rivera, es el obstáculo. O cambia radialmente el rumbo -no, no ha salido precisamente de este debate de investidura como líder de la oposición, me parece- o sospecho que su futuro político va a sufrir algún percance.


Ya que no hay cambio de actitudes, sí tendrá que haber cambio de rostros. Al menos, Pablo Casado ofreció una serie de pactos 



-necesarios- al presidente del Gobierno en funciones. En lugar de apresurarse a aceptarlos, Sánchez se mostró más indiferente que desdeñoso. Y no vale echar la culpa a los demás por no haberle brindado gratis su apoyo para resultar investido: tiene que ofrecer contrapartidas políticas, no sillones ni sinecuras. Tiene que mostrar que ha entendido el mensaje de estos días. Que consiste en escuchar el grito de un país que quiere participar en el diseño de su futuro.


No entiendo que a los avezados asesores monclovitas no se les haya ocurrido -seguramente sí, pero entraña demasiado riesgo para ellos-- proponer un Gobierno de concentración, reformista y regeneracionista, para acometer cambios en profundidad a lo largo de una Legislatura acortada a dos años. Han hablado de gobiernos de cooperación, de coalición con extraños compañeros de cama y nunca de uno de concentración, que sería casi de salvación nacional, porque la crisis en la que nos han metido entre unos y otros es mucho más profunda incluso de lo que podría parecer y precisa de medidas drásticas: la democracia solo mejora con más democracia.



Sería un Gobierno en el que cupiesen todos los que se apuntasen a ello, presidido por el ganador de las últimas elecciones, desde luego, y que dé cabida a la sociedad civil.


Dudo que, en otra sesión de investidura, ninguna de las formaciones que quieren construir Estado, no destruirlo, se atreviese a rechazar una iniciativa que, como todos insisten, tiene que ser verdaderamente nueva. Lo demás, ya digo, nos lleva al incierto camino de repetir elecciones y quién sabe si también resultados similares a los que nos tienen en crisis y parálisis política desde diciembre de 2015.



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