Las noches de verano

José Luis Masegosa
07:00 • 29 jul. 2019

Por mucho que en los próximos días y semanas podamos ver, oír y leer en los diferentes medios de comunicación que hace calor, mucho calor, y que tenemos que enfrentarnos a temperaturas altísimas, en realidad tal asunto no debería ser noticia, acaso una serpiente de verano que poco hace por ayudarnos a dormir durante las noches más calurosas. Algunas investigaciones y la sabiduría popular proporcionan una serie de pequeños consejos para poder sortear las noches del estío. Aparcado el acondicionamiento climático del correspondiente habitáculo, no son pocos, variados, originales, curiosos y atrevidos los remedios que se propagan para que Morfeo acuda a nuestras desesperadas y sudorosas vigilias, huérfanas de descanso y preñadas de desazón. 


Una de las consejas un tanto excéntrica es enfriar las sábanas dobladas en la nevera en las horas previas al sueño. La ducha templada, no fría, el enfriamiento de las mejillas o las muñecas con agua, la hamaca a la intemperie, utilizar pijamas húmedos mejor que pernoctar desnudos, adoptar la posición de águila abierta –si se duerme en soledad y el aposento dispone de suficiente espacio- o practicar el baile de Charles Dikens, es decir pasear lentamente por la habitación moviendo los brazos para eliminar el sudor, son algunos de los recursos utilizados para poder conciliar el sueño. A todos estos remedios y otros más populares había recurrido Soledad Armendáriz, una joven escultora, de tez oscura y pelo azabache, afectada de insomnio permanente; una de esas mujeres que parecen soñar con el amor, lo que me permitía a mí soñar con ella. 


A la salida de la sala de exposiciones donde mostraba su última colección de modelados pétreos en la capital nazarí, me confesó que odiaba a las ovejas porque durante muchos años las contó pacientemente todas las noches, pero nunca lograba dormirse por lo que acabó aburrida de semejante recuento. A trancas y barrancas arrastró su insomnio hasta finales del pasado año, cuando recostada en la cama del hotel Fenix Lisboa, capital en la que exponía sus obras, descubrió por casualidad una técnica para dormirse. Ese día observó que los informativos de la Radiotelevisión Portuguesa 1 emitían las noticias aparejadas: si informaban de un huracán en Latinoamérica, acto seguido relataban los efectos de un ciclón en la costa Este de Estados Unidos; si contaban los pormenores de un incendio en Madeira, inmediatamente relataban las consecuencias de la quema de una nave industrial en Oporto.  Al no haber una noticia sin su correspondiente hermana gemela le parecía que nunca iba a llegar una información desparejada. 



Pero aquella noche se encontró con la emisión de una noticia totalmente aislada del resto que le llamó la atención: Max Stanley era un relator alemán que describía cómo un muchacho convencía a sus padres de que se había convertido en una ardilla y luego no podía persuadirlos de lo contrario, o de que un joven novio se casaba con su motocicleta. Mientras se concentraba en tan solitaria y extravagante noticia, la escultora cayó dormida como una marmota. Soledad se convirtió en una autoridad secreta a la hora de detectar noticias desparejadas con las que dormirse. Sin embargo, dicho método se fue el garete cuando, ya en Andalucía, ante la  crisis del “informativo televisivo”, la mayoría de cadenas pasaron de emitir las noticias aparejadas a darlas de forma anárquica, a boleo, como si los editores no tuviesen la debida consideración tradicional con las audiencias. 


Esta modificación de las técnicas editoras ha costado a mi amiga Soledad una sufrida y larga travesía de varios meses de insomnio. Durante las recientes noches de calor sofocante, antes de acudir a los socorridos somníferos, la joven escultora ha vuelto a perderse en la contabilidad infinita de cabezas ovinas. En la última madrugada, tras ver un documental sobre la trashumancia en España, soñé con Soledad Armendáriz. Estoy convencido de que era la desconocida de mis sueños de juventud, aquella cuyos ojos me recuerdan las noches de verano, “negra noche sin luna/orilla al mar salado”, que escribiera don Antonio Machado.






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