Llegó septiembre. Un mes que va a ser extraordinariamente difícil en la política española, llena de problemas que los representantes de la ciudadanía no son capaces de resolver. Porque todos parecen mirar hacia otro lado: a poco más de veinte días para que haya que convocar elecciones, todo huele a campaña. Pura, dura e implacable campaña de todos contra todos. Lo demás no importa. O es lo que parece.
Aquel que, como quien suscribe, pudo asistir a la sesión parlamentaria del pasado jueves, que reabrió fugazmente --puede que sea la penúltima vez antes de la disolución del Legislativo-- la Cámara Baja para debatir sobre la gestión del 'Open Arms' y la angustia de la inmigración en general, podría pensar que este país no tiene problemas. Que todo se resumía en un duelo de ingenio castelarino, fuegos de artrificio, entre la vicepresidenta y las dos políticas emergentes que encarnan las portavocías del Grupo Popular y el de Ciudadanos. Poco se habló del drama de los inmigrantes, que arribaban en esas horas a puerto gaditano, y que, horas después, se lanzaban sobre las concertinas en Ceuta. Y es que no se buscaban soluciones; se pensaba en elecciones. Ya no parece haber otra cosa en el panorama.
Y eso que, este lunes, tendremos de nuevo comparecencias --importantes y significativas algunas, sobre todo en un ambiente preelectoral-- ante el juez por el ya clásico 'affaire' de corrupción conocido como trama Púnica. Y eso que, en esos momentos, se preparaba una 'cumbre' independentista secreta en Ginebra, para este fin de semana, con asistencia de Puigdemont y de la también fugada secretaria general de Esquerra, que quieren entenderse para planificar una estrategia ante la próxima sentencia del 'procés'. Atención, porque lo que el 'Puigdemont errante' alberga en su mente es, dicen, una 'hongkongización' de Cataluña, una gran protesta permanente en las calles, atrayendo a cámaras de todo el mundo. Veremos si logran sumar a medio millón de personas en el centro de la Ciudad Condal, y quiénes van a liderar ese movimiento encarnado en Hong Kong por Joshua Wong y otros jóvenes activistas. La Diada puede ser un termómetro. El panorama está envenenado: a ver cómo lo explica Quim Torra, uno de los envenenadores, cuando el jueves comparezca en Madrid ante dos centenares de personas, ningún ministro, claro, entre ellas, en el Foro Europa Press.
Pero todo esto pasaba, en la ya digo que quizá penúltima sesión parlamentaria de esta nonnata Legislatura, como resbalando: importaba poco, quizá. Los/as portavoces parlamentarios/as que acudieron el jueves al caserón de San Jerónimo, interrumpiendo sus muy, muy largas vacaciones, iban a lucirse, a intervenir sin papeles para decir poca cosa, a tirar la piedra lo más lejos de la realidad posible. Por ejemplo, equiparando al 'sanchismo' de Pedro Sánchez con el ¡salvinismo! De Matteo Salvini. Un día de estos van a comparar a alguien de por acá con el Boris Johnson desmadrado que ha tratado de desactivar el Parlamento británico (bueno, aquí no haría falta: el Parlamento ya está desactivado desde hace más de tres años...).
El parlamentarismo se ha convertido apenas en el arte de la resonancia, de la imagen, del barullo, de la algarabía. Y, de lejos, quienes mejor controlan la imagen y el ruido son Sánchez y los 'comunicólogos' de su Gabinete. Así, han conseguido que apenas se hable de otra cosa que de esas 'trescientas medidas para un programa' (¿electoral?) que el martes presentará ante auditorio escogido el presidente del Gobierno en funciones. Imagen, creo que no esencialmente destinada a 'convencer' a Podemos para que facilite la investidura presidencial; es, más bien, una buena táctica para mostrar a los españoles que desde La Moncloa se piensa en el futuro de la nación, mientras en las sedes de los otros partidos solo se prepara el asalto al liderazgo de la oposición o a algún ministerio, el que sea, que ya es triste la cosa. Con eso se conforman: no me extraña que Sánchez, que es apenas un mediocre bailarín, se crea el rey del mambo. Los demás no bailan: se dan pisotones unos a otros y a sí mismos.
De momento, Pedro Sánchez lidera el pelotón, lo que, desde la posición que ostenta, no es tan difícil. De él, sin embargo, no podemos esperar sino eso, movidas de comunicación (¿a qué compromete hacer una lista de trescientas medidas que nadie podría rechazar? Luego no se aplican y en paz), no movimientos de estadista. Unos movimientos que serían, por ejemplo, ofrecer la aplicación de esas medidas, y otras de mayor calado, desde un Gobierno de gran coalición, durante una Legislatura reformista abreviada a, digamos, dos años.
Pero no hará eso, claro. Ni siquiera lo necesita. Si Pablo Iglesias, aterrado ante unas nuevas elecciones, acaba dando el 'sí' casi gratis, bien; si hay que repetir elecciones, Sánchez está seguro, creo, de que los votantes castigarán más a los otros que al PSOE, así que también va bien el tema por ahí. O sea, un 'win-win', pase lo que pase en este infernal mes de septiembre que se nos ha echado, con todos sus retos y amenazas, encima. Septiembre, deben pensar los 'cabezas de huevo' monclovitas, puede ser malo para todos; pero, para los demás, peor. Y seguramente tienen razón.
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