El futbol, y toda la parafernalia que lo envuelve, para muchos es algo ajeno a la realidad. Un mundo aparte que se rige por sus propias normas, valores y principios, pero que, bajo mi punto de vista, es solo una muestra del tiempo que nos ha tocado transitar. En el podemos encontrar ejemplos para explicar lo que nos rodea. De los buenos y de los malos, aunque supongo que esto de las comparativas, similitudes y relaciones de ideas muchas veces son apreciaciones muy personales difíciles de entender para los demás.
Tengo la sensación que tanto en el futbol y en la política el bipartidismo siempre gana.
Pedro Sánchez lo sabe, por eso no quiere llegar a un acuerdo con Podemos. Está convencido que es el final de los morados, que si tenemos que a ir a votar perderán definitivamente la fuerza que los llevó a donde están. Iglesias, por su parte, lo intuye, pero vino a hacer la revolución y aun sigue pensando que puede conseguirlo. Pero quien desperdicia tantas oportunidades al final lo termina pagando.
Pedro juega en los equipos grandes de la liga, por historia, por estructura, porque tienen claro que lo importante es el club y no las personas. Sánchez sabe que su tiempo es finito, que tras él habrá otros y su equipo seguirá sin él. Vive confiado porque sabe que detrás suya tiene a forofos que le seguirán votando hagan lo que hagan, aunque en los juzgados se demuestre que se llenaron los bolsillos con dinero de todos, aunque no cumplan lo prometido, aunque ya hayan dado ejemplo de su mala gestión. Siempre lo van apoyar, aunque meta el gol en fuera de juego. Sabe que el sistema les favorece porque ellos lo inventaron y se maneja con la prepotencia, con la soberbia de tener su vitrina llena de trofeos de otra época.
Pablo por su parte, juega en un equipo pequeño, aunque en las últimas temporadas, para él legislaturas, le haya plantado cara a los grandes. Mucho juego bonito, mucha táctica desde la banda, mucha gente del pueblo coreándolos, pero a la hora de la verdad fallan cuando tienen que meterla. Iglesias se cree imprescindible, el mejor. Piensa que puede ganar él solo los partidos y que sus compañeros podrían ser cualquiera que sepa manejar dignamente la pelota. Su club no tiene trofeos en la vitrina, solo algunas copas ganadas en las ferias populares. En realidad no tiene ni vitrina, solo una pared llena de títulos universitarios, que, por desgracia, está descubriendo que no sirven para nada, solo para adornar sus discursos, sus diatribas, sus diabluras por la banda, pero que son insuficientes para ganar de verdad.
Pablo empezó jugando en la calle, rodeado de sus amigos. Hicieron un equipo que atrajo la atención de la gente que se había cansado de que siempre ganasen los mismos.
Alentados con sus gritos, con su apoyo, decidieron retar a los grandes. Querían que saliesen a jugar a pecho descubierto, un cara a cara, un tu a tu. Pero los de arriba, los que llevaban décadas ganando, marcando el ritmo, haciendo lo que les apetecía, no quisieron jugar si ellos no ponían las reglas. Y Pablo pensó que no podría perder, que su equipo y la gente de la calle lo hacían invencible, que podría asaltar los cielos, así que accedió a cambiar los campos de tierra para jugar en los de césped. Y nada más entrar al campo se perdió.
Se perdió mientras intentaba aprenderse las nuevas normas, las que quería destruir, buscando el vestuario, eligiendo unas equipaciones que no desentonasen. Dentro de aquel majestuoso estadio, que creía pondría a sus pies, lo domesticaron, lo alejaron de la gente de la calle, destruyeron su equipo. Su ego, su talento, lo hacen seguir adelante, pero ya está desarmado, ya no tiene la fuerza, el empuje que lo llevó hasta allí.
Lo cierto, y con eso me cubro las espaldas, es que en el mundo de futbol hasta que el árbitro no pita el final puede pasar cualquier cosa, pero me da que Pedro dejará pasar el tiempo, haciendo ofertas en las que no cree para tener contentos a sus votantes, como le pasó al Barca con Neymar, que las hizo para contentar a su estrella. Pablo por su parte, escuchará, pero nada estará a su altura, porque no le vale con llegar a la final, él lo quiere ganar todo. Y se la jugará hasta llegar al límite, porque sabe que es ahora o nunca, porque su equipo sin él no tendrá opciones, porque aunque lucha para evitarlo, y a mí me duela en el alma, el bipartidismo siempre gana.
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