E n una fecunda y racional provocación de Arcadi Espada, como todas las suyas, se pone al independentismo catalán ante dos de las incontestables verdades que Torra y compañía han decidido apartar interesadamente de su discurso.
La primera es la falta de un apoyo bastante para dotar de músculo democrático a su aspiración secesionista. La segunda es el fondo excluyente y totalizador de sus planes disgregadores. Ambas reaparecen en las huellas de la última “Diada”.
Sobre la primera, escribe Arcadi: “Siete millones cuatrocientos cincuenta mil catalanes declinaron asistir a la manifestación convocada por los nacionalistas. La cifra es notablemente superior a la de otras convocatorias”.
El poder del lenguaje funciona en este caso como martillo pilón contra la quimera separatista. Compárese la generosa cifra de las 600.000 personas asistentes a la manifestación (cálculos de la guardia urbana de Barcelona) con la de los 7.450.000 catalanes no interesados en denunciar a la España represora y antidemocrática. Y saquemos conclusiones a partir de ahí.
Sobre la segunda, se establece un perturbador paralelismo entre franquismo y separatismo a la vista de sus respectivas fiestas “nacionales”. Ambas evocadoras de sendas guerras civiles. El 18 de julio y el 11 de septiembre. Exaltación de la victoria de media España (azul) contra la otra media (roja), y de la derrota de media Cataluña (borbónica) ante la otra media (austracista).
Véase la diferencia. La media España confiscada por Franco celebraba una victoria (1939) y la media Cataluña confiscada por el independentismo celebra una derrota (1714). Pero en ambos casos concurre un idéntico factor excluyente de una mitad de la población respecto a la otra mitad.
Son las verdades de perogrullo que generan pereza en quienes han de defenderlas frente a quienes atentan contra el sentido común instalándose en argumentos extravagantes. Las obviedades desactivan el funcionamiento cerebral ¿Quién puede motivarse realmente frente a quien sostenga a estas alturas que la Tierra es plana? Lo normal es que lo tomemos por loco o por indocumentado. Eso nos pasa a muchos frente al discurso del independentismo, el que habla de “presos políticos”, simplemente por defender el fundamental derecho a votar cuando votar no es un delito. Y es verdad. Tampoco conducir un auto es delito, pero puede serlo.
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