Usar la muerte ajena como recurso político no es nada nuevo. Además, de un muerto siempre se puede hacer uso porque no podrá decir nada. No podrá manifestar su repulsa por verse colocado en lo alto de una mesa de negociación o empleado como arma de ataque o defensa en un conflicto. Y es que cuando interesa, todos podemos considerarnos legítimos herederos del muerto al que no conocimos. Cuando hubo víctimas entre las tropas españolas que Zapatero envió a zonas de conflicto, la oposición encabezada entonces por el PP cuestionó las medidas de seguridad adoptadas y exigió responsabilidades al presidente por lo que consideró una irresponsable dejación de funciones, a lo que ZP contestó en tribuna parlamentaria que esa actitud era “la demagogia más burda”. Y eso mismo fue lo que dijo el presidente de la Xunta, el popular Núñez Feijoo, cuando desde la bancada socialista del Parlamento Gallego atribuyeron el fallecimiento de una anciana en un hospital público de Vigo a los recortes sanitarios. La muerte, que como escribió Wilde no tiene ayer ni mañana, siempre tendrá un magnetismo irresistible para quienes creen que agitarla ante el rival les hace ganar una baza. Por ejemplo, los socialistas almerienses han preferido centrarse en la única víctima del temporal antes que en los efectos y daños causados por el agua a centenares de familias y empresarios agrícolas almerienses. Están en su derecho, aunque no deberían extrañarse de que muchos también vean en este sobreactuado duelo la demagogia más burda, como decía el presidente socialista. La respuesta a una crisis es reflejo de las prioridades en la gestión, y mientras ha habido quien ha estado desde la madrugada del viernes en contacto permanente con los vecinos afectados y apoyando a quienes hacían obras de contención y reparación, en el PSOE han esperado cinco días para salir a intentar aprovecharse de una circunstancia tan terrible como desafortunada. Y sin rastro de barro en los tacones.
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