Lo que seamos los almerienses nos pesa casi como una maldición y lo perseguimos como una obsesión. Como un perro que da vueltas sobre si mismo intentando morderse su propia cola; puede parecer una escena cómica o dramática. Así aparecemos los almerienses como colectivo, en conflicto perenne con nosotros mismos y que como ‘peter panes’ vamos tras nuestra sombra inalcanzable. Así somos.
Los tumbos que damos históricamente van desde la búsqueda del causante exterior de nuestras desgracias, a nuestra propia flagelación.
Incluso en lo geográfico, para localizarnos en el mapa a veces nos llaman sureste, en otras ocasiones Andalucía oriental, en otras nos perdemos como levante. Nos encontramos para volvernos a perder.
En los últimos años se ha abierto paso el término ‘almeriensismo’ a uno de estos intentos de atrapar nuestra sombra. Va desde el enternecedor intento de convencer de que el Guadalquivir nace en Almería hasta el heróico rescate del folclore local, de una forma de hablar única...
Si bien creo que no existe una esencia almeriense, sí se que perseveramos en buscarla, a tientas, dando tumbos, creyendo renacer o languideciendo. Las redes sociales parecen ayudar y proliferan los grupos, donde nos amontonamos para celebrar lo que supuestamente somos. Podría ser un espejismo. Nadie puede atrapar ese supuesto almeriensismo sin que se escurra entre las manos nuestro Moby Dick transmutado en mero o perca mediterránea. Las identidades y las esencias no son como nos la han presentado ligeramente algunos expertos de esta nueva era. (“Caminante, no hay camino...”) Son más bien ficciones motoras que, como tantas otras, nos ayudan a seguir viviendo. Y a menudo, también nos, complican la vida en común. Tal es el caso del nacionalismo, exasperación de la identidad colectiva llevada hasta la paranoia.
(“Todo pasa y todo queda...”) En Almería, poco de lo nuestro que se hereda permanece, lo continuamos entusiasta y voluntariamente. El por qué de este ‘culillo de mal asiento’ es parte de lo que somos, creo. Pongo un ejemplo familiar a la mayoría: las tapas. toda una forma de vida distintiva, una cultura alrededor de la tapa y he llegado incluso a oír denigrarla por parte de muchos almerienses. Incluso, en una ocasión como la del año de la capitalidad gastronómica, la tapa no ha sido el centro, monopolio y principal mensaje de esta, por otro lado, fabulosa campaña.
En Almería no dejamos de reivindicarnos y a un tiempo de olvidarnos de nosotros mismos, de rechazar lo heredado. Nos pasa con nuestro patrimonio, con nuestras casas, nuestros árboles, nuestros personajes, nuestra imagen y conceptos. Otro ejemplo, el Indalo, esa obra maestra del diseño, junto con el concepto ‘Costa del Sol’ acuñado en el corazón del Paseo, el primer márketing almeriense y que pese a ser popular no es oficial con orgullo; que viaja por el mundo en miles de coches y camiones mientras es casi escondido con vergüenza en su propia casa. Nació como símbolo del almeriensismo, del desperezamiento de unos jóvenes guiados por un genio almeriense en un páramo cultural tras la Guerra Civil.
Igual que hicieron aquellos jóvenes artistas almerienses me pongo hoy bajo la advocación profana del Indalo y vuelvo a mi casa, La Voz de Almería, emocionado y consciente de la responsabilidad de volver a escribir de forma regular como hice más de 20 años. Y agradecido a Pedro Manuel, Antonia y José Luís Martínez.
‘Bajo el Indalo’ quiere partir de aquella Voz de Almería con la que aprendí a leer: de Falces, de Román, de Cifra y de Soriano, de Domínguez y su ‘Bajo el manzanillo’. La Voz de Almería de mi padre y su tripulación de talleres con la que me manchaba los dedos de tinta. Paco Iglesias me llevó un día a la esquina sur del Celia Viñas para fotografiar a sus tres hijos varones junto a un árbol que había visto crecer. Mi padre escribió en LA VOZ sobre sus hijos y ese árbol junto al que tanto había jugado en la posguerra pero yo no lo entendía como niño y con rebeldía me escondí.
Hoy sí. El árbol sigue robusto y junto a él Miguel Cazorla instaló un indalo casi viviente. Ahora vuelvo al mismo lugarpara comenzar esta colaboración semanal.
El pasado jueves se presentó en la Diputación, una gran obra colectiva sobre la historia de Almería. Coordinada por Alfonso Ruiz garantiza una visión rigurosa y accesible al gran público. Si la historia de Almería es importante, tanto lo es las historias de los almerienses, como las que con pasión nos transmite Eduardo Del Pino a diario.
Somos lo que vivimos, lo que hemos vivido y con quienes hemos vivido. Esta columna nace pensando en los maestros con los que tuve el honor de trabajar y compartir páginas: Kayros, Pototo, Fausto Romero-Miura. Me acuerdo hoy de Pilar Quirosa, de Antonio Sánchez Picón, Nacho López-Gay y Miguel Naveros, al que quería y del que tanto aprendí.
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