Móviles como pistolas

Javier Adolfo Iglesias
11:00 • 05 oct. 2019

Cuando con ya demasiada frecuencia nos sacude el alma una nueva matanza con armas de fuego cometida en centros escolares de Estados Unidos, en Europa nos atrapa el estupor intelectual al no entender cómo es posible que la sociedad norteamericana reincida, ahonde y no abandone de forma contundente el acceso casi indiscriminado a las armas. Más aun, nos es opaco a nuestra comprensión el que incluso se eche fuego al fuego y se nombre bombero al pirómano.  


Ya en Europa, en Andalucía y en Almería, los teléfonos móviles o ‘smartphones’ no son pistolas o metralletas, es obvio; no matan cuerpos, es obvio; pero si dañan, hieren y mucho las mentes de nuestros hijos e hijas. Les abre un infinito y falsamente seductor campo de posibilidades que les aleja del otro mundo, el de la enseñanza en el que sus mayores aún creemos. Con los teléfonos móviles en sus bolsillos, nuestros hijos se vuelven indisciplinados, no se autocontrolan, pierden la capacidad de atención, de memoria, de respeto a la gramática y la ortografía. Esto es lo menos malo. Pasamos a algo peor: la tecnología digital les puede volver adocenados adoradores de la estupidez amoral de la imagen, adictos a cualquier juego a su alcance, les lanza a la pornografía, les vuelve acríticos e impulsa a grabar antes que juzgar moralmente lo que ven; les vuelve menos sociables y más irascibles, bullying, ciberacoso, se vuelven manadas digitales... ¿es eso con todo lo peor? No. Lo peor de todo es el choque de lo esencial, el que la educación viva en autocontradicción y siga empeorando por ello. El mundo digital encerrado en esas pantallitas tan personales extensiones de sus mentes choca de lleno con el concepto mismo de educación y enseñanza: el del oir y escuchar, el de abrirse al mundo nuevo que el adolescente va a heredar, a la idea de leer y comprender, la de descubrir e imaginar, el enfrentar problemas y resolverlos. En la educación reglada los mayores que nos vamos de este mundo esperamos que los jóvenes que se quedan reciban lo bueno y útil que ya nosotros habíamos heredado cuando éramos jóvenes como ellos, desde Sócrates a Einstein, desde la literatura y música hasta la historia, la física, tecnología y filosofía. 


¡Malditos los expertos y usureros que embaucaron hace apenas dos decenios a los políiticos para inventar la llamada “competencia digital” y de investirla como un objetivo serio y real entre otros objetivos de la educación. Un márketing perfecto y un engaño también.  Como esa absurda expresión “nativos digitales” que se puso de moda,  ¡como si los bebés ya supieran programar en las cunas.  



El mundo digital fue desde su inicio un negocio unido al mundo de los negocios. Y con ello, todos sus engaños. Con la globalización empresarial, comercial y financiera se prometía una globalización cultural y comunicativa que aún esperamos, ya escépticos. Era el sueño milenario de Erasmo, Vives o Leibniz hecho bits, el fin de la condena de Babel.   Pero pese a todos los ropajes utópicos de profetas digitales como Castell (que al final ha venido a coquetear con el independentismo más cateto y xenófobo), aquella expansión digital de los 90 siguió en realidad el modelo de negocio del tabaco basado en el engaño. El consumo de cigarrillos se extendió por el planeta uniendo mensajes, valores y promesas de todo tipo, de ligar como Bogart o de cabalgar como el rubio de Marlboro.  Un anuncio de una operadora de internet clamaba hace años: “Tienes derecho a internet”. Se montaron asociaciones a favor de la tarifa plana, reclamándola como quien pedía alimentos y agua para Sudán del Sur. La gratuidad de sus productos ha sido en internet esa sustancia adictiva secreta que se descubrió a los cigarrillos en los años 90.  


Hay que reaccionar ya y prohibir el uso indiscriminado y no académico de los teléfonos móviles todos los centros. Primero por la misma razón por la que menores de 12, 14 o 16 años no pueden hacer contratos, casarse o sacarse el permiso de conducir. 



No es neoludismo. El móvil es un excelente instrumento educativo cuando es supervisado y es parte del proceso de enseñanza diseñado por el profesor. Pero esto no es lo que lamentablemente se ve en los pasillos y patios de recreo de nuestros centros educativos. 

Vemos adolescentes alineados y alienados con la cabeza agachada sobre sus pantallas; verán jóvenes que ya no juegan que no hacen deporte y que arrastrando los pies como ancianos entorpecen los pasillos mientras llevan su móvil agarrados como bastones.  



Siempre vamos pensando detrás de la tecnología. Nos ha pasado con el plástico y los combustibles fósiles. Solucionemos ya esto por el bien de nuestros hijos. El Gobierno de la Comunidad de Madrid ha prohibido los móviles en los institutos este curso. Francia lo hizo a nivel nacional hace dos. Los móviles no matan como las pistolas, cierto, pero tanto en EEUU como en nuestra Almería y Andalucía, hay quien piensa que el problema es también la solución.



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