¿Tiene fundamento la sensación de optimismo que transmiten algunos de los dirigentes del PP que rodean a Pablo Casado? A juzgar por las encuestas todas les anuncian una subida notable pero ninguna les atribuye la victoria en las próxima elecciones -tendrían razones para mirar el futuro con cierto optimismo pero no hasta caer en la euforia. En los comicios de abril el PP sufrió su mayor derrota electoral en decenios y, por lo tanto, cualquier expectativa de repunte en términos sicológicos provoca sensaciones de alivio. Máxime cuando los sondeos hablan de una expectativa de voto que rondaría el centenar de diputados. Ahora tenían 66.
Pablo Casado ha cambiado de discurso. El tono incendiario que empleó durante los primeros compases de su presidencia al frente del partido -llamaba felón y traidor a Pedro Sánchez- ha dado paso a un discurso firme pero sin estridencias y con aportaciones de tono institucional. En el caso de la crisis abierta en Cataluña critica el desconcierto del Gobierno pero no ha ido tan lejos como Albert Rivera pidiendo meter en la cárcel a Quim Torra. Quizá estamos asistiendo a una representación, a un reparto de papeles en la cúpula del PP.
Mientras Casado, ya digo, ha optado por la moderación, algunos de sus colaboradores más cercanos, García Egea y, sobre todo, la portavoz parlamentaria Cayetana Álvarez de Toledo mantienen un discurso tenso que seguramente es más del gusto de una parte de sus votantes. Pero es Casado quien lleva las riendas. Tras incorporar en las listas al futuro Parlamento a dirigentes tildados de "marianistas", corrigiendo el primer impulso que desembocó en nombramientos internos a favor de afines a la corriente "aznarista", ha logrado pacificar al partido. Los pactos con Ciudadanos y Vox que les permiten gobernar en Andalucía, Madrid, Castilla y León o Murcia, amén de Galicia, también ha contribuido a lo que podríamos llamar la recuperación de la autoestima política. Autoestima que está dando paso a expectativas de exceso de optimismo a partir de los datos que apuntan los sondeos de intención de voto. Porque, de momento, todo se basa en expectativas.
La más llamativa es el probable descalabro de Ciudadanos que pronostican todas las encuestas y que provocaría un corrimiento de votos hacia el PP. Pero hay otra, quizá de más calado sociológico y que se corresponde con la situación por la que atraviesa Cataluña. Las críticas a la forma en la que el Gobierno de Sánchez está gestionando -o dejando en el aire- el desafío independentista y la gravísima crisis de orden público puede ser el inopinado aliado que le ha salido al paso al PP en sus expectativas de recuperar a muchos de sus antiguo votantes. De ahí el optimismo, incluso la euforia (quizá prematura) de algunos de sus dirigentes.
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