Lo que hace grande a las personas, en la mayoría de ocasiones, no son las palabras elocuentes, sino los hechos. La forma de actuar de los representantes públicos, sobre todo en momentos difíciles, es lo que dignifica la vida política.
Me siento muy orgullosa de haber sido compañera de Albert Rivera, una persona que ha creado, dado forma y liderado un proyecto necesario. El de un país de ciudadanos libres e iguales; el de una España unida que mira al futuro.
El mundo avanza social, económica y tecnológicamente, y corremos un serio riesgo de quedarnos atrás. Es urgente afrontar las grandes reformas ante los desafíos que tenemos por delante. No podemos permitirnos retroceder en metas ya alcanzadas, en reconocimiento de derechos adquiridos y, mucho menos, abrir heridas ya cerradas que lo único que buscan es enfrentar a los españoles.
En la vida política de este país había una persona que reunía esa visión de Estado. Sin embargo, como demuestra la historia, algunas personas valientes y comprometidas con su país han sido objeto de incomprensión por ser coherentes con sus pensamientos, fieles a sus principios y leales su palabra. Desgraciadamente, estas nobles cualidades pueden pasar factura en la política. Y es que algunos nos han intentado habituar a que los intereses personales y partidistas estén por encima del bien común.
Integridad No estamos habituados a que en la vida pública se reconozcan errores, sean tales o no, y menos aún a que se dimita por ello. Ni siquiera —y esto es grave— estamos acostumbrados a que se haya asumido responsabilidad por la corrupción que ha azotado la política bipartidista. Pero la integridad tiene que ser un valor ineludible en la política y en la vida.
Tengo que confesar que si decidí asumir el honor de ser representante público, con todas las consecuencias que ello conlleva, lo hice en su día motivada por el reflejo de lo que para mí debe ser la política. Ni más ni menos que defender los derechos y libertades de los ciudadanos y trabajar por una sociedad mejor.
La opción que mejor representaba y representa estos principios es Albert Rivera y el proyecto de Ciudadanos. Ambos se han convertido estos años en dos pilares fundamentales para avanzar en libertad e igualdad desde la centralidad. El primero acaba de dejar la política; el segundo permanece y persistirá en este objetivo, porque es el gran legado que ha dejado Albert Rivera. Y ahora, cuando nos enfrentamos a enormes retos, es más patente que nunca esta necesidad.
Desafío a la democcracia Corren tiempos de populismos cambiantes a izquierda y derecha, de nacionalismos insolidarios, de separatismos violentos y de un bipartidismo que por desgracia, no ha sabido dar una solución a esta deriva. Y es que lo que tenemos hoy no es fruto de un solo periodo electoral, sino de un cúmulo de concesiones, de falta de decisiones y de corrupción de la vida pública, que nos han abocado al mayor desafío de nuestra reciente historia democrática.
Ante esta situación no puedo evitar la emoción al escribir sobre la despedida de Albert. Lo viví en primera persona este lunes en la sede nacional. Nunca he visto a nadie hablar con más dignidad, humildad, lealtad a sus principios y valentía. Deja la política quien ha sido, es y será un hombre de Estado que ama a su país y se ha dejado la piel por España. Nos corresponde ahora a los que continuamos mantener ese espíritu y esos valores que nuestro presidente ha personificado, y trabajar juntos por este proyecto necesario que nos ha legado.
Albert, este es tu partido y será siempre tu casa.
¡Viva la libertad y la igualdad!
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