Comprar es un verbo en futuro imperfecto de indicativo si lo haces a través de internet, posibilidad y duda si llegará o si lo hará en el tiempo deseado. Es un imperativo en los grandes centros comerciales, mandato de ofertas y consumo. Comprar es un presente en el comercio del barrio, fraternidad y convivencia entre vecinos. En estas fechas somos esclavos de Los Reyes Magos y Papá Noel, se nos aísla el espíritu navideño para cumplir sueños no siempre alcanzables.
Comprar entonces se convierte en una desgana en los pasillos interminables de grandes superficies herméticamente aisladas del mundo, arrastrando alma y carrito, o se torna una irritación por el paquete pagado que no acaba de llegar solicitado a ese universo extraño que no alcanzamos a entender del todo llamado la red, quizás nombrada así porque nos atrapa. Pero nos quedan las calles de pavimento y acera, las pausas en los cafés, las envolturas de los paliques, los tropiezos casuales o no tan casuales y el cielo real, con nubes, luna, farolas y árboles. Nos queda la vida misma, sin prisas, con paradas, lenta, sosegada, de a pie. Aún tenemos la realidad para conjugar la sostenibilidad del pequeño empresario, a veces amigo, vecino, familiar o conocido contribuyendo a generar riqueza local sin olvidar del lazo de la cercanía que no debemos deshacer nunca. Detrás de cada mostrador está el futuro y sólo nosotros podemos seguir manteniendo la personalidad de nuestros pueblos, ciudades y barrios. Estas pequeñas empresas sostienen el callejero que desplegamos en el móvil para que podamos continuar nuestros paseos por callejuelas y avenidas disfrutando de los escaparates que nos arrebatan las miradas. Nada más fascinante que mirar los bombones en la vitrina, saber que son auténticos, de chocolate y artesanos. Sólo hace falta entrar y atreverse a pedir uno.
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