¿Se sabe ya en qué chimenea acabaron los árboles de Obispo Orberá? Lo pregunto ahora que florece en la opinión publicada y en la maleza de las redes sociales un brote contagioso de empatía clorofílica. Yo sé que el tema no es novedoso, pero conviene fijar una vez más algunas posiciones.
De entrada, los árboles de la Plaza Vieja no van a talarse, sino que van a trasladarse y a replantarse en otros lugares de la ciudad. Es decir, que no hay base argumental para hablar de arboricidio, de tala indiscriminada o de amenaza bioclimática, como se hace en los rincones más hiperventilados de la prensa local. Pero es que hay más: los principales promotores de la cruzada arbórea en la Plaza Vieja (el PSOE y sus maceteros) son herederos directos de los que dieron sierra a todos y cada uno de los ficus de Rambla Obispo Orberá porque había que hacer un parking que, por cierto, se vieron incapaces de terminar en plazo y en forma, en una de las mayores chapuzas municipales que se recuerdan. Pero eso es otra historia. Se ve que esos ficus no importaban tanto a la ciudad y al planeta como los vitales y epicéntricos de la Plaza Vieja. Y algo más: los que ahora lamentan el presunto deterioro patrimonial e histórico que va a provocar el proyecto de remodelación de la Plaza Vieja anunciado por el actual equipo de gobierno, jamás (y aquí podría emplear el “nunca es nunca”, tan malparado por el falsario presidente Sánchez) mostraron la más mínima preocupación por la ruina de la catalogada y protegida Casa Consistorial, en estado cochambroso durante una década por culpa del abandono de la Junta del PSOE de Andalucía, mientras ellas y ellos miraban a otro lado.
Recuerden este dato: los árboles de Obispo Orberá acabaron en una chimenea, mientras que los de Plaza Vieja volverán a dar sombra a Almería. Por eso, cuando los más pluscuamperfectos insisten en criticar el traslado, evidencian que aquí no importa lo que se haga, sino quién lo haga. Esa es la diferencia.
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