El perro que guarda un invernadero no come tomates, pero tampoco deja que otros los coman. Ese papel de intermediario molesto que ni hace ni deja hacer tiene una extensión fieramente humana que ya documentó para el teatro Lope de Vega en el S.XVII y que también tiene su reflejo en la actualidad. Veamos. Como saben, la izquierda política almeriense quiere llevar a los tribunales el proyecto de remodelación de la Plaza Vieja que ha propuesto el equipo de gobierno. Y su intención no es salvar ese espacio como si fuese un joven soldado perdido en Normandía, sino obstruir y retrasar ese proceso a la espera de un alcalde socialista, tal como vienen haciendo desde que perdieron el Ayuntamiento en 2003. Frenar el desarrollo de Almería y empantanar los proyectos no es ningún problema para ellos y ellas, porque también podrán aprovecharse. ¿O es que no han visto a los socialistas quejándose ahora -no antes- por los retrasos de la autovía del Almanzora que ellos prometieron hace 35 años? Hagamos memoria. Recuerden cuando el PSOE y sus vasos comunicantes maniobraron al máximo de sus capacidades (que con la Junta en su poder eran muchas) para evitar que un alcalde del PP inaugurase en Almería un Corte Inglés. ¡Éxito logrado! También consiguieron paralizar el proyecto de ese palacio de congresos singular que el Ayuntamiento iba a encargar al famoso arquitecto Norman Foster, sembrando las sospechas de mordidas inexistentes jamás probadas. El caso es que a día de hoy Almería no tiene ni Corte Inglés ni edificio singular por la oposición sistémica de la izquierda política almeriense a cualquier avance que no lleve su sello. Y la nueva pieza a cobrar es la Plaza Vieja, pero no por la sensibilidad patrimonial del colectivo (quince años de silencio ante las ruinas del Ayuntamiento) ni tampoco por los árboles (ni pío cuando se talaron los ficus de Obispo Orberá) sino para probar que nada puede hacerse en Almería sin su permiso, con independencia de lo que digan las urnas.
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