Se ha cumplido esta pasada madrugada el 39 aniversario de la recuperación de la democracia y la libertad, tras el fracaso del golpe de Estado que hizo tambalear el sistema político sustentado en la Constitución de 1978. Por otro lado, tal día como ayer, del año 1939, fue enterrado en el pueblo costero francés de Collioure el poeta Antonio Machado, tan sólo 20 días después de haber dejado atrás su querida tierra española. Dos memorables acontecimientos de nuestro reciente pasado que no debemos olvidar por cuanto de carga significativa tienen. De una parte, la satisfacción de haber superado la España negra del golpismo, pese a haber quedado en intentona, esa que edificó un régimen que, pese a la inadmisible justificación de algunos, dejó cientos de miles de muertos, destrozó la convivencia, provocó el exilio de centenares de miles de españoles y germinó las dos Españas que, aún hoy, parecen subsistir. De otro lado, la frustración y tristeza de saber en tierra extraña los restos de un compatriota universal que nunca deseó abandonar su patria y su tierra –“sólo nos pertenece la tierra donde morimos”- que quiso tener en un pequeño cofre junto a su última morada, tal y como pidió en sus horas agonizantes. Y es que la vida y la muerte del poeta sevillano conforman una metáfora de la Historia de España.
El 81 aniversario del fallecimiento del inolvidable autor andaluz -el pasado sábado-, tan triste y terrible, en el hotel Bougnol-Quintana de Colliure, en unas circunstancias extremadamente dolorosas –junto a la cama de su madre moribunda, quien tenía una predilección especial por don Antonio- trae a mi memoria, todos los febreros, el nombre de otro andaluz, Juan Díaz del Moral, notario de Bujalance y de Madrid, destacado intelectual que fue depurado por el Tribunal de Responsabilidades Políticas de la dictadura franquista y obligado a trasladarse a Caravaca de la Cruz. Juan Díaz del Moral fue un adelantado de la historia social, cuyo trabajo está impregnado de una autenticidad de base, en palabras de Tuñón de Lara, tal como hizo señalar al nieto del notario, el desaparecido abogado granadino Antonio Tastet Díaz.
El éxodo de la Guerra también llevó a algunos familiares del notario cordobés represaliado al vecino país galo, en concreto a una de sus hijas, Eugenia Díaz, madre del referido abogado administrativista Antonio Tastet. Poco antes de morir, el letrado me habló de la crueldad y el sufrimiento espantoso de aquellos episodios del exilio, de los que no fue ajeno el autor de Campos de Castilla ni sus tres familiares que le acompañaron hasta su último destino, en Colliure. El cruento trayecto hacia Francia dio pie al entrañable reencuentro de Eugenia Díaz, progenitora del prestigioso abogado, con su viejo profesor del Instituto Santísima Trinidad de Baeza, en la estación ferroviaria de Cerbére.
Apenado, desmejorado y muy fatigado, Antonio Machado aguardaba junto a su madre, Ana Ruíz, en aquella gris y ajetreada sala de tránsito viajero la llegada de su hermano José y de su esposa Matea, quienes se habían separado momentáneamente para que les tramitaran el visado. La emoción dolorosa embargó a los protagonistas del encuentro, quienes pudieron compartir un último café con leche en la cantina de la estación donde los adioses del maestro y su antigua alumna hablaron para siempre. La madre del abogado, me contó su hijo, regresó a su tierra, y mientras vivió no pudo olvidar aquel último adiós: “Hasta siempre, profesor”. El poeta y su madre no pudieron andar “ la senda que nunca se ha de volver a pisar” y quedaron sepultados en tierra extraña con el sueño de “estos días azules, este sol de la infancia”, el verso que José Machado encontrara en el bolsillo del gastado gabán de su hermano Antonio, para quien con toda razón y justicia la Fundación Española que lleva su nombre reivindica, a partir de ahora, que sea nominado héroe nacional de la democracia.
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