Esas casas que son circuitos

Menos mal. Acabo de leer una información muy detallada en la que se explican las razones por las que no debemos correr por casa en estos días de confinamiento. Que si la sobrecarga y los peligros musculares, etcétera. Entre tanta mala noticia, tanta estadística tenebrosa y tanta exhibición de desconcierto e incompetencia por parte del sedicente gobierno, era de justicia poética que alguna cosa positiva viniera a aliviarnos el malestar que nos propicia esta situación. Y no; no es que yo me hubiera propuesto correr una media maratón en rápidos desplazamientos del baño al salón, o que hubiese llegado a considerar la posibilidad de convertir algún rincón de casa en un circuito improvisado. No he llegado al extremo que describía Lorca en su Romance de la Pena Negra: “¡Qué pena tan grande! Corro mi casa como una loca, mis dos trenzas por el suelo, de la cocina a la alcoba!”. Ni mucho menos. Cuando un amigo se puso en contacto conmigo vía guasap hace unos días para preguntar por nuestro estado y ofrecerse -el bendito- a enviarme algunas sencillas tablas de gimnasia para hacer estos días, tuve que explicarle amablemente que lo último que entró en casa antes de la orden de confinamiento fue un jamón de Trevélez convenientemente ensobrado por las sabias manos de mi jamonero de confianza. Es decir, que si alguien quiere enviarme alguna tabla, diré que las prefiero de quesos o patés, porque yo soy un tipo sencillote, de esos que disfrutan de la charla que propicia el descorche y el picoteo. Cada uno convoca a las endorfinas como mejor entiende y aunque veo estos días a amigos y amigas que viven enfundados en mallas dando brincos por el pasillo de su casa, creo que no se dan las circunstancias para que les emule de buen grado. No quisiera tener que soportar las miradas de estupefacción y desprecio de los sanitarios que, con la que está cayendo, tuvieran que asistirme ahora en urgencias por un esguince doméstico haciendo deporte. Mejor abrir otro sobre de jamón.