Estoy en el suelo, no puedo levantarme. No tengo fuerzas. Acude Milli a auxiliarme. Por primer vez, desde que se reencarnó en mi conciencia, veo en su rostro un cierto gesto de comprensión y afecto. Sus greñas lacias y sucias, sus cejas tan marcadas, los surcos lunares de la oscura piel, los brazos robustos y musculados de hombre primitivo, primario y resolutivo: ahora todo en él me parece una suerte de salvación.
-Superyó, Superyó… ¿Qué te ha pasado? ¿Qué haces ahí tirado? Vamos, levanta…
Me coge por los hombros y logra que, al menos, apoye la espalda en la pared y me quede sentado. La cabeza se me va… Lo noto preocupado por mí.
-Superyó… Dime algo…
-Los veo, los veo… Están aquí mismo…
-…¿Quiénes?
-A veces veo… gilipollas… Ayer iba con la bicicleta y por poco atropello a una mujer que de pronto ocupa el carril. Esta mañana, voy caminando por la acera, y ha faltado un pelo para que me atropelle un muchacho que iba por ahí en bicicleta y mirando el móvil. He cogido después el coche para comprar y el de delante, en un semáforo, tira desde la ventanilla una colilla de cigarro y el paquete arrugado, en plena calle. Al llegar a casa he pisado la mierda de un perro…
-Superyó, ¿no será que te ha dado mucho el sol cuando has subido a la terraza?
-No, Milli, no. Son ellos… Toda esa gente que piensa que solo los gobernantes tienen responsabilidad. Y que si se equivocan, los demás no tenemos nada que hacer. Si un tío o una tía es capaz de hacer esas cosas a diario, ¿cómo va a ser capaz de cumplir unas necesarias de normas de contención de una enfermedad durante cuatro o cinco meses? Ahora me lo explico todo… Milli, lo que separa la Europa del Norte de la Europa del Sur no son los Pirineos o los Alpes, sino la capacidad de cada individuo de actuar por sí mismo, sin coerción, con arreglo a unas normas que benefician al bien común. Esa es la verdadera frontera.
-No te entiendo muy bien, Superyó… Me preocupas. Ese gesto de terror que tienes lo vi en mis compatriotas cuando atacaron los malnacidos de El Argar… y nos dieron guantazos hasta en el cielo de la boca… Vamos, vamos, amigo… Reacciona. Te voy a traer un vaso de agua.
-No, no; agua, no. Tráeme mejor un chupito de whisky, está ahí en la cocina.
-Ahora mismo.
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