Cien días después de iniciar el cautiverio pisamos la calle con la generalizada sensación -sectarios, abstenerse- de haber vencido al coronavirus. Pero la propia pauta sanitaria trazada en el decreto de nueva normalidad advierte del riesgo de rebrote en pleno proceso de reconstrucción incentivada por los manguerazos públicos (nacionales y europeos) y las ayudas a sectores estratégicos como la automoción y el turismo.
Atrás quedan polémicas como las del 8-M, descoordinación entre administraciones, residencias de ancianos o el propio debate sobre si el estado de alarma era de verdad el único instrumento válido contra la crisis. Ahora nos espera la reconstrucción, sabedores de que no podemos bajar la guardia ante la fundada posibilidad de que se produzcan nuevos brotes. Lo más insidioso en la senda del retorno a la normalidad es la bronca política. Eso no tiene trazas de cambiar. Y no me refiero solo a los excesos de los extremos, con ladridos intolerables entre Vox y Podemos. Son más preocupantes las pedradas que se cruzan el Gobierno y el principal partido de la oposición. Por ejemplo, acusar al PP de “socavar la democracia” (Sánchez a Casado), o hacer responsable al Gobierno de “miles de muertos” (Casado a Sánchez).
Es doctrina oficial de Moncloa que “lo peor ha pasado” gracias a la eficacia del estado de alarma, la disciplina social y la moral de victoria. Pero tiene muy difícil acomodo en las estrategias de la oposición, encarnada básicamente por PP y Vox. Ambos rechazan el relato oficial de victoria sobre el virus gracias al Gobierno. El problema no es la discrepancia, sino el enconamiento de las posiciones. Eso convierte el legítimo debate político en una bronca permanente muy perjudicial para los procesos de reconstrucción económica y social de un sistema que ha sufrido graves daños a lo largo de los cien últimos días.
En esas circunstancias no nos lleva a ninguna parte que el líder del PP insista en calificar de “chapuceros” tanto el confinamiento como la desescalada, y en seguir acusando al Ejecutivo de “ocultar a los muertos para esconder su incompetencia”. El problema se envenena más si a todo eso unimos la permanente reprobación de Sánchez por recostarse en “una amalgama de radicales” que le vino bien para ganar la investidura, pero que “es muy mala para gobernar”.
En relación con el frente común reclamado por la ciudadanía en tareas de reconstrucción, el presidente del Gobierno no ha pasado de retóricos llamamientos a la unidad. Sánchez no se cansa de predicar la necesidad de la concordia, pero lo cierto es que no ha predicado con el ejemplo.
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