No se puede atravesar, como si nada pasara, una pandemia como la sufrida y aún amenaza con volver; es imposible aguantar sin cambios un desplome del Producto Interior Bruto sin precedente histórico (el 18,5 por ciento en el segundo trimestre, y prepárense para el tercero porque apenas hay turismo); iluso es pensar que esta crisis sanitaria no abrirá una zozobra económica como la de 2008 y que todo pueda seguir en su sitio como estaba. Imposible. No basta con medidas excepcionales, bien intencionadas, de carácter paliativo en hospitales, asistencia social y empleo.
La única salida válida, eficaz, es que España se reinvente. Que reinvente su economía en un proceso acelerado de reindustrialización con criterios 5.0; que revise sus prioridades y sus gastos; que simplifique la toma de decisiones en la maraña burocrática de tantas capas paralizantes de la tupida Administración; que ponga el talento funcionarial (que también lo hay) a trabajar junto a la iniciativa privada. En definitiva, que se cuestione con valentía todo lo que no sea productivo o asistencial.
Esta reinvención debe hacerse de forma urgente. No hay tiempo que perder. Es un auténtico desafío de Estado, mucho más que un reto del gobierno de turno. Debe ser un compromiso común, de todos los partidos razonables, y no una maniobra cortoplacista para calmar ansiedades, generando titulares esperanzadores. No es un campaña de imagen, sino una seria refundación de la economía.
Emilio José González, de la Universidad Pontificia Comillas, sostiene en The Conversation que España tiene cuatro retos fundamentales: crear empleo de calidad, reducir desigualdades, afrontar las consecuencias económicas del envejecimiento y transitar a una economía más respetuosa con el medio ambiente. Propone esta receta: “Crear una economía más compleja incorporando ciencia y tecnología”. Su diagnóstico es rotundo: “En los últimos años, España ha hecho lo contrario”. Muy poco de todo esto se habla (y menos se hace) en el teatrillo político habitual. El Congreso sigue con sus rencillas y las conclusiones de la Comisión de Reconstrucción suenan a insuficientes.
Cierto es que hay algunas novedades interesantes, como las que afectan a la posibilidad de una fiscalidad distinta, más digitalización y oficinas contra la despoblación en la España rural, fruto de un pacto impulsado entre el diputado de Teruel Existe y los del PSOE. Hace un año era impensable. Bienvenido sea. Pero España debe avanzar hacia una “economía más compleja” porque en los últimos veinte años ha retrocedido del puesto 19 al 33 en la clasificación de complejidad.
Eso supone menor diversificación de recursos productivos, con dependencia excesiva del turismo, comercio y construcción, sectores con salarios bajos, donde crece más el desempleo cuando hay dificultades, afectando a mujeres y jóvenes. La EPA del mes de septiembre puede ser estremecedora. Este país, con todo, tiene potencialidades evidentes en las que hay que apoyar su reinvención digital, además de potenciar la economía verde. Algunos líderes de grandes corporaciones, como Álvarez-Pallete de Telefónica, o Ignacio Sánchez Galán y Pablo Isla, entre otros, así lo entienden. De nuevo la empresa, como parte de la sociedad civil, va por delante. De agradecer. Ya saben: economía más compleja es mayor seguridad. Sin tregua.
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