El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, parece no haber entendido del todo que hemos entrado, desde este lunes, en una nueva era institucional. Apoya, y en ello me parece que actúa correctamente, al actual jefe del Estado, aunque ello suponga dejar en la cuneta a quien lo fue durante cuarenta años; pero se niega a reconocer (públicamente) la contradicción que supone albergar en el mismo Ejecutivo dos opiniones contrapuestas sobre la forma del Estado: apoyar a la Monarquía actual, constitucional, como parece que quieren el propio Sánchez y una mayoría de ministros, o derrocarla y favorecer la llegada de la República, como proclama Unidas Podemos. Por lo que dijo en la jornada posterior a la marcha al exterior de Juan Carlos I, ni siquiera piensa en remodelar un Consejo de Ministros de cuyo trabajo en general, aseguró, "estoy satisfecho".
Una oportunidad perdida de dar un salto adelante, en suma.Y eso que Pedro Sánchez sabe, cómo no saberlo, que hay mucho lastre en su equipo. No me refiero ya solo a las ideas opuestas sobre la forma del Estado, ya comentadas, sino también a cosas más cotidianas, como que Ciudadanos pueda o no apoyar unos nuevos y necesarios Presupuestos Generales del Estado. Difícilmente se comprende que siga arrastrando una parte de su Consejo de Ministros que rema en la dirección exactamente opuesta a la del presidente del Gobierno: él quiere apoyar, dice, a Felipe VI en la Jefatura del Estado, y quiere incluir a Ciudadanos, y a quien se pueda, en las tareas de la gobernación en estos difíciles momentos para la nación. Justo lo contrario de lo que dice Unidas Podemos.
Al observador casual, o no tan casual, se le hace muy complicado comprender que no haya orientado a su elenco ministerial en una dirección unívoca, a favor de la reconstrucción y de la consolidación institucional. Sigue con el ejército de Pancho Villa, Felipe González dixit.
Decepcionante rueda de prensa de Sánchez, en suma, en uno de los momentos más complicados para la política española. El presidente piensa que puede abonar la falta de transparencia, increíble, de que ni siquiera el jefe del Gobierno sepa el paradero de quien fue jefe del Estado de España durante cuarenta años, y que desconozca muchos detalles de ese viaje, que ni siquiera puede llamarse exilio, que ahora aparece como clandestino, del rey emérito al extranjero, saliendo por la puerta de atrás de La Zarzuela. El surrealismo no conviene a la política, y el jefe del Gobierno debería saberlo, lo sabe sin duda.
El momento político, extremadamente complicado, requiere otras respuestas, más elaboradas, menos evasivas. No un discurso, previo a las preguntas, de tres cuartos de hora de duración, autosatisfecho y autocomplaciente.
Ni tampoco cabe ya el elogio al comportamiento del partido coaligado y del vicepresidente disidente. No se pueden comprender estas comparecencias ante los medios, tan vanas, del presidente del Gobierno que, por cierto, está destinado --lo dicen las encuestas-- a seguir siéndolo, pero quizá con otras compañías, otras tácticas, otra estrategia, nuevas ideas y reflexiones. Nada de esto vimos en su comparecencia ante los periodistas de este martes.
No puede, simplemente no puede, el señor Sánchez dejarnos con la sensación de que apenas nos aguarda más de lo mismo: dos almas en el Gobierno, instituciones paradas, falta de transparencia, alejamiento de lo que hoy representa la oposición de las tareas de la gobernación.
Pero así fue, sin respuestas, como Pedro Sánchez puso fin a un curso político lamentable, el más lamentable de nuestras vidas.
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