Como cada día, empiezo mi jornada laboral zambulléndome en las portadas de una treintena de periódicos, de papel y digitales. Y, como me ocurre desde hace tres semanas, la verdad es que este domingo tampoco he encontrado ni una -ni una sola_ buena noticia en los titulares. Nada que ver con aquellos meses de agosto en los que se hablaba de fiestas, de récords de turistas y de naderías. Así, inmersos en el pesimismo, este lunes comienza, por así decirlo, la nueva era tras haber desperdiciado las vacaciones en la guerra contra el virus: como si este concediese treguas, hemos actuado con una 'normalidad' quizá poco responsable, y hablo de muchos gobernantes y quizá de bastantes gobernados. Sí, hay segunda oleada y no proceden las polémicas al respecto. Con olas de veinte metros y sin una tripulación lo suficientemente experta como para entender que la tormenta perfecta no se ataja haciendo lo de siempre y, para colmo, con un pasaje atento a los músicos del Titanic y no a si hay suficientes botes salvavidas.
Creo que Pedro Sánchez y su(s) Gobierno(s) no pueden seguir, ahora que regresan de sus sin duda, ejem, merecidas, pero inoportunas, vacaciones, pensando que esto les va a durar toda una Legislatura y que hay que ver lo bien que marcha el equipo de coalición. Ni Pablo Casado y sus fieles pueden seguir creyendo que todo se resolverá, con el hundimiento del barco mal tripulado, con una nuevas elecciones que den el poder al PP. Ambos planteamientos son a todas luces radicalmente equivocados e injustos para los sufridos votantes y contribuyentes. Hay que ensayar una vía intermedia, nueva, tan inédita como los males que nos afligen, que son de un oleaje mucho mayor que el de nuestros vecinos europeos, por cierto. Y lo primero será averiguar por qué.
Una razón estriba, sin duda, en la escasa confianza de los españoles en sus representantes. Eso hace que muchos desdeñen seguir las medidas preconizadas por unos portavoces que un día dicen blanco, al otro negro y el tercero, rojo. Hay una crisis política e institucional que influye sobre la marcha de la pandemia: los ciudadanos creen que sus gobernantes, y me parece que incluyen a la oposición, se ocupan mucho más de sus propios asuntos que de los de la colectividad, los de la nación. Los gobernados sufren, los gobernantes parece que no tanto. Por eso, el Gobierno, inexperto timonel y perezoso remero, ha fracasado ya. Hay que remodelarlo urgentemente y lástima que el capitán no haya tomado una decisión al respecto, encomendándosela más bien a sus augures y profetas, que solo piensan en la buena imagen del líder, no en su eficacia.
Que se haya aguardado hasta este próximo jueves para reunir en una 'cumbre' a los responsables de Sanidad y Educación para debatir el regreso a las aulas de los alumnos, situando en la angustia a millones de españoles, roza lo indignante. Lo mismo que la demora en convocar a los presidentes autonómicos y exigirles un mínimo de coordinación. O aquietar el tsunami en los ayuntamientos. Lo único que hemos sabido del Ejecutivo en estos días, aparte de las disparatadas iniciativas de la ministra de Igualdad, que tiene que sacar la cabeza por algún lado en tiempos de tribulación para su 'jefe', han sido esas declaraciones de la vicepresidenta Calvo, en su visita a Francia para homenajear a un exiliado español de ciento un año, diciendo que el Gobierno presentará en breve una extensión de la ley de Memoria Histórica. Que está muy bien, sin duda; pero no me diga usted que es lo único que tiene que anunciarnos el Gobierno ante el septiembre de horror que ya se nos echa encima, con la curva de infectados disparada hacia los cielos, los ingresos en hospitales amenazando nuevos colapsos como los de la primavera y la economía, con la legión de parados que nos viene, qué le voy a contar.
Ahí, eso sí: ya se ha pagado ¡el uno por ciento -1%, sí-! de los ingresos mínimos vitales, esa piedra angular de la propaganda de un Ejecutivo que, por muchas proclamas que haya hecho en el sentido de ser el mejor del mundo mundial, simplemente no está funcionando.
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