¿Fueron los inmigrantes culpables de que Almería se convirtiera en la provincia andaluza con más casos en la llegada de la segunda ola del virus o, por el contrario, considera que fueron las victimas que más la padecieron por las condiciones en que viven?
Si usted considera que los inmigrantes deben ser demonizados, no continúe leyendo esta carta. Si, por el contrario, es partidario de su beatificación, pase página o pantalla. El cuadro de datos que ilustra esta carta no va a modificar sus opiniones; o quizá sí, si se aproxima a ellos con voluntad de dotarse de argumentos para acercarse a una realidad que hay que contemplar desde la ausencia de la xenofobia neofascista y el alejamiento de juicios previos basados en el populismo de la izquierda extrema. El maniqueísmo, la división entre buenos muy buenos o malos muy malos es un argumento que solo conduce al error. La realidad, cualquier realidad, la de la inmigración también, es poliédrica y una visión sesgada solo conduce al error y, lo que es peor, a no buscar soluciones efectivas que potencien sus consecuencias positivas o aminoran sus aspectos negativos.
De los datos recopilados por la Consejería de Salud se desprenden varias conclusiones sobre las que resulta bien interesante reflexionar.
La primera es que, en la gran e inesperada ola de la última quincena de agosto, del total de los 1956 positivos diagnosticados en la provincia, el 49 por ciento fueron extranjeros, fundamentalmente del Magreb y sudamericanos y el 90 por ciento de ellos jóvenes asintomáticos, con el riesgo añadido para su detección que eso conlleva. Un porcentaje, incluidos todos los extranjeros y de origen no especificado, que alcanzó en la zona sanitaria del Poniente al 54 por ciento. ¿Dónde pueden encontrarse los motivos de estas cifras? Doctores tienen las iglesias y las mezquitas y, sobre todo, la ciencia para encontrarlos, pero el sentido común nos lleva a concluir que es en el ambiente cultural y en el entorno habitacional donde pueden encontrarse alguna de sus causas.
El idioma, la carencia de información, la dificultad de comprensión de las verdaderas dimensiones y consecuencias del virus y el hacinamiento en cortijos o chabolas, fueron un caldo de cultivo formidable para que aquella ola aportara estos datos.
A partir de esos días y una vez detectadas algunas de las causas que habían provocado esas cifran, Salud y los ayuntamientos afectados reaccionaron de forma extraordinaria contactando con imanes, apelando la ayuda de las ONGs que trabajan ( ¡y con cuanta eficacia!) en la zona, reclutando decenas de voluntarios entre las comunidades más afectadas para que informaran a sus compatriotas, aumentando el numero de rastreadores, intensificando las pruebas PCR, imponiendo medidas de confinamiento estrictas… en fin, una serie de decisiones que han provocado que, un mes mas tarde, en la primera quincena de octubre, el porcentaje de positividad en extranjeros haya descendido en mas de 12 puntos, pasando del 49 por ciento al 37 a nivel provincial y, en el poniente, del 54 al 34 por ciento, veinte puntos menos.
Si algo ha demostrado Almería en los últimos años es que es una provincia que aprende muy rápido. Por eso ha sido capaz de doblegar la curva en solo un mes y en un sector social de extrema dificultad. Ahora hay que continuar en esa línea de trabajo. Las instituciones y los agentes sociales son conscientes de que hay que seguir avanzando en el camino emprendido para que las consecuencias de un virus tan imprevisible como el que nos atenaza no provoque más dolor y más costes. De todos depende que así sea.
Y para que así sea lo mejor es alejarse de prejuicios carentes de argumentos y de maniqueísmos inútiles. La inmigración ha sido, es y será una gran aliada en el progreso de la provincia. Negarlo es negar la realidad.
No busquemos culpables en la amenaza del Covid, porque todos somos víctimas. Todos. Da igual de donde vengan o qué Dios recen. Culpabilizar a los inmigrantes de la trasmisión del Covid sería tan malvado como estúpido.
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