¿Recuerdan la fabula que contaba cómo un grupo de conejos debatía, sin buscar abrigo, si los perros que venían hacia ellos eran galgos o podencos y como fueron abatidos por los cazadores? Pues en esas estamos.
Mientras los dirigentes políticos debaten si estado de alarma, toque de queda, cierre perimetral, escalonado, circular o medio pensionista, más de doscientos cincuenta españoles murieron el martes víctimas del Covid. Y no, no son venerables ancianos que liberan las arcas públicas del coste de su pensión. Está muriendo mucha gente de cuarenta, de cincuenta y de sesenta años. Es como imaginar la tragedia de que un avión cargado de pasajeros se estrellara cada día en un aeropuerto distinto de nuestro país. ¿De verdad seríamos tan indiferentes?
Mientras los epidemiólogos, virólogos e intensivistas proclaman en el desierto que vamos a un confinamiento duro, como el de marzo, y que en noviembre las UCI van a colapsar y se llega tarde y mal a esta segunda ola, Pedro Sánchez decide no acudir al Congreso para pedir la prórroga del estado de alarma porque tiene una cita telemática, nueve horas después, con los líderes europeos.
Seguramente pensará que bastante castigo tiene con aguantar los permanentes chantajes de su colega Pablo Iglesias como para someterse, como manda la Constitución, a un permiso cada quince días. E Iglesias sabe que, aprobados estos presupuestos, Sánchez tiene alas para volar todo lo que queda de legislatura. Por eso, el mismo día en que los médicos de toda España intentaban hacer su primera huelga reivindicando lo obvio, aparecieron los dos, vestidos de traje y chaqueta, en un gesto acompasado y teatral, presentando el librito con las cuentas públicas. Iglesias tuvo lo único que quería: poder vender a los suyos el carácter social del gasto y el fin del “austericidio” de la derecha.
Mientras, Pablo Casado trata de modular una respuesta conjunta de sus presidentes autonómicos, que van cada uno por libre, en función de la gravedad de los contagios en su territorio. Ahora que todos tienen lo que siempre quisieron - ser ellos los que marcan los recortes a la movilidad- no saben qué hacer con un arma tan poderosa. Así, el toque de queda tiene tal margen horario que es, según los expertos, bastante ineficaz.
Lo cierto es que cerca de cuatro mil quinientos ciudadanos han perdido la vida desde septiembre, que triplicamos la tasa de mortalidad de Italia, doblamos la del Reino Unido, y superamos con mucho a Francia. Algo estamos haciendo rematadamente mal. Y la solución no es revisar en el Consejo Interterritorial de Salud el decreto de alarma de alarma, cuando las cifras del virus mejoren, porque con estos parches difícilmente van a mejorar.
Y mientras seguimos discutiendo si son galgos o podencos, llegará otra vez el confinamiento duro, y ya no nos salvarán ni los fondos europeos.
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