Con todo lo que yo no sé podrían escribirse miles de enciclopedias. Por eso me extraña la certeza y seguridad en sus conocimientos que exhibe casi todo el mundo en las redes sociales. No sólo sobre las cosas más serias y sesudas, desde el cambio climático a la pandemia del covid-19, sino también de las más frívolas y evanescentes, como quién se acuesta con quién y cuántas veces.
No deja de asombrarme, digo, porque en teoría ésta debía de ser una época más de dudas que de certidumbres, ya que las creencias tradicionales, religiosas, sociales, económicas,… han sido sustituidas por la falta de creencia en cualquier tipo de dogma. No obstante, reitero, el puesto de las certezas seculares que nos asentaban en la realidad ha sido ocupado por la aceptación de cualquier teoría de chichinabo en vez de principios con fundamento.
Ante este nuevo orden de ideologías y convicciones se ha impuesto también una nueva ordenación de valores sobre lo que es correcto o no y sobre lo que es válido o no. Así surge el pensamiento único, es decir, lo que se debe pensar, creer y aceptar sobre los temas más variados, desde las relaciones sexuales hasta la economía, pasando por las migraciones, las relaciones sociales y cualquier otra ideología que conforman lo políticamente correcto frente a lo que no se considera más que gazmoñería reaccionaria. O sea, que en vez de la duda metódica y creativa, de la libertad de pensamiento frente al dogma, éste ha sido sustituido por lo políticamente correcto, es decir por un nuevo credo con duras sanciones por su incumplimiento para quien se aparte de él, desde políticas a universitarias, pasando por el ostracismo social de no aparecer en programas televisivos. La monda.
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